Perú
Finalmente, el pasado 4
de enero, el Genocida de Barbadillo, Alberto Fujimori, abandonó la
Clínica Japonesa donde se hallaba internado desde el 21 de diciembre; y,
rigurosamente escoltado y protegido por centenares de efectivos
policiales, se instaló en una lujosa residencia de La Molina, que lo
albergará temporalmente: deberá viajar a Tokio pronto, para “mover” sus
cuentas, derivadas de los 6 mil millones de dólares que se robó
impunemente.
La vivienda, ubicada en la zona residencial de “La
Estancia”, es un predio de casi 2,000 metros cuadrados. Posee dos pisos,
5 dormitorios, 2 salas, 4 baños, 4 cocheras, terraza, jacuzzi,
chimenea, otros ambientes, y piscina incluida. Por esa “modesta
vivienda”, el nuevo inquilino pagará algo más de 16 mil soles mensuales,
casi 6,000 dólares y vivirá solo, sin familia, acompañado apenas por un
corte de asistentes a su disposición, que atenderán todos sus
requerimientos.
No solo una “cachetada a la pobreza”, como se
ha dicho, sino también una suerte de suite privilegiada, de un
multimillonario dispuesto a gozar de su inmensa fortuna; y que ha tenido
la suerte de experimentar el más grande milagro peruano de todos los
tiempos: curarse, en apenas 12 días, de una enfermedad terminal que lo
tuvo al borde la muerte.
La Presencia del ex reo en cárcel no
ha sido bien acogida por los vecinos del lugar, que han visto
perturbadas sus actividades rutinarias. De hecho, la misma noche del
jueves los efectivos policiales “acordonaron” la zona, e impidieron el desplazamiento de los propietarios de los condominios adyacentes, alegando “razones de seguridad”.
Al día siguiente un buen grupo de residentes, optó por salir –megáfono
en mano- para expresar su descontento por la presencia del nuevo
“vecino”. Les incomoda saber que se trata de un genocida, autor, además,
de otros latrocinios en perjuicio de todos los peruanos. Una compañía
“incómoda”, por cierto, pero que, además, presagia perturbaciones de
diverso orden: protestas manifestaciones, repudio.
Al expresar
rechazo al recién llegado, los críticos fueron atacados por la policía
que, además de golpearlos, les quitó abusivamente el megáfono del que se
valían para exteriorizar su queja. Esto, en lugar de “atenuar” el
descontento, lo incentivó. Nadie esperaba que el inquilino de la más
lujosa vivienda de “La Estancia”, fuera un indeseable con respaldo
policial incluido.
Por lo que dicen las redes sociales, las
consecuencias de lo ocurrido, no se han hecho esperar. Ayer mismo,
desapareció el trinar de las aves en todo el condominio. Y algún
ingenioso del lugar escribió: “Ya no cantan las aves. Pronto huirán
los perros. Dejará de crecer el pasto. Los días serán más grises. Y el
lugar, parecerá un Campo Concentración Nazi…”.
Cualquier parecido con la realidad podría ser, por cierto, pura coincidencia.
Lo que no se puede considerar “coincidencia” es la indignación de los
afectados, que creció con la represión policial, la misma que se
manifestó en ataques a personas inermes; golpizas injustificables,
incluso a mujeres y a menores, y decomiso de equipos de sonido, de
propiedad de los manifestantes.
Como es conocido, tales abusos
comprometen a la estación de policía de “La Planicie”, contigua a la
zona, pero respondieron a “órdenes superiores” dictadas por un Ministro
del Interior -el nuevo- cuyo antecedente más notorio fue dedicarse a
repartir –al lado de Keiko- almanaques en favor de la candidatura de
Fujimori en los fraudulentos comicios presidenciales del año 2,000.
Pero más importante que saber dónde pasará sus próximos días el
“chinito de la yuca”, es comprender qué es lo que se trae entre manos la
Mafia que él encarna. Por lo pronto, ya logró alcanzar un principal
propósito. Ahora, lo que le queda, es acomodar su carga y reiniciar su
ofensiva para copar el escenario nacional, como en los años 90.
Su primer objetivo será “poner orden” en sus propias filas, envilecidas
por la corrupción y alborotadas por la angurria de unos, y la soberbia
de otros. Para “el viejo” está clara la idea: recomponer sus fuerzas,
estableciendo un calendario de “reparto”, que le permita a sus
cachorros, diez años consecutivos de gestión gubernativa. ¿Podrá
hacerlo?
Lo que suele primar en política es –casi- siempre, la
correlación de fuerzas. Si los Fujimori logran convencer a la ciudadanía
de la operatividad de sus proyectos, podrían, en efecto, incubar la
ilusión de su Poder restaurado. Pero para que eso ocurra tendrían que
lograr dos propósitos: que el país pierda la memoria; y que los
trabajadores y el pueblo, sean aplastados sin piedad.
Trabajando el primer objetivo, tendrá la mafia que restaurar sus viejos
vínculos con la burguesía liberal que le fuera temporalmente hostil.
Claro que en esa ruta, ya han dado algunos pasos. La integración de un
Gabinete de “Unidad Nacional” y la proclamación del 2018 como “el año de la reconciliación”, apunta a tales propósitos.
Eso de la “unidad nacional”, asoma apenas como una patraña ¿qué unidad
puede plantearse entre las víctimas y sus verdugos? ¿Qué unidad entre el
cuello extendido, y el filudo machete que habrá de cortar la carne?
¿Qué unidad entre el ahorcado, y la soga que lo hizo colgar de una
mampara?.
La Unidad Nacional –la verdadera- sólo puede
construirse a partir de objetivos comunes y a su vez laudables. Unidad,
por ejemplo, para construir la paz, promover el desarrollo, alentar el
progreso, mejorar las condiciones de vida de nuestro pueblo, pero
¿unidad para restituir el Poder de los asesinos, la capacidad de acción
de los que saquearon el país a su antojo? ¿Quiénes estarían dispuestos a
construir esa unidad: sólo los cómplices de esos crímenes y los
beneficiarios de ellos.
A todos los demás -a millones de
peruanos- le sabe a crueldad extrema, y a cinismo, que se hable de la
“reconciliación”, y que se proclame este año como el objetivo a lograr.
Se “reconciliará” la clase dominante en sus distintas expresiones: PPK
con la familia Fujimori; los Graña y Montero con los propietarios de
Yanacocha; el Ministro del Interior con el Grupo Colina.
Pero
nadie del pueblo se sentirá convocado a “reconciliación” alguna. Desde
la base social, los peruanos podremos decir al iniciarse el 2018, lo que
decía el poeta: “No tienen año nuevo los pueblos como el mío /
será nuevo el paisaje, pero la misma ausencia / será pañuelo nuevo, pero
la misma lágrima / será nueva mortaja, pero distinta muerte…”.
Por eso, aplastar a los trabajadores y al pueblo, viene a ser el
segundo propósito. Para enfrentarlo, adquiere fuerza la convocatoria a
la Jornada Nacional de Protesta programada para el jueves 11 de enero.
Deberá ser la más grande expresión ciudadana en lo que va del siglo XX.
Superior organizativa y políticamente a la Marcha de los 4 Suyos, de
julio del 2000. Más calificada que las movilizaciones del 2011 en torno
al Programa Nacionalistas que encarnara originalmente Ollanta Humala, y
del que se alejó después. Y más alta, incluso, que la Marcha anti Keiko
del 29 de mayo del 2016, que le cerró a la Mafia el paso al Poder en
tales comicios.
Deberá ser unida, organizada, consciente y
aguerrida. Deberán participar en ella, todos los que tienen una común
identidad ciudadana. Todos los ajenos al Indulto intolerable; a la
corrupción del Poder en sus expresiones; a la irrita Constitución del
93; a PPK y sus traiciones.
Esta lucha no se resolverá con
“nuevas elecciones”, como creen algunos. Sólo será posible encontrar un
camino de salida construyendo la UNIDAD DE LOS DE ABAJO y derribando,
con la fuerzas de las masas, el régimen de dominación vigente. La lucha,
está planteada.
Gustavo Espinoza M., miembro del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera. http:// nuestrabandera.lamula.pe
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