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miércoles, 16 de agosto de 2017

Venezuela: entre nieblas, tinieblas y desafíos



José Steinsleger
La Jornada 
Durante 15 años, la revolución bolivariana irradió sobre el mundo un manto de luces y opciones que disiparon la neblina en la que se debatían sus pueblos. Acepción de niebla o neblina, según la Real Academia: nube muy baja, que dificulta más o menos la visión. Y también: confusión que no deja percibir y apreciar debidamente las cosas.
Hugo Chávez, su conductor estratégico, fue el grande que rompió el maleficio del único modelo viable, convocándonos a mirar el futuro sin tinieblas, con la mirada amplia de los libertadores. Acepción de tiniebla: falta de luz, y suma ignorancia y confusión, por falta de conocimientos.
¿Fue la de Chávez una lucha perdida de antemano, o la fidelidad a un pasado que decenio a decenio (tan sólo 17 desde la disolución de la Gran Colombia en 1830) volvía, una y otra vez, por sus fueros usurpados?
El primero en entender a Chávez fue un titán del Caribe. Con pensamiento rápido y andar lento ya, Fidel arrimó al fogón intereses coincidentes, y que unir lucía entonces azaroso: Lula da Silva y Evo Morales, Rafael Correa, Fernando Lugo, Néstor y Cristina Kirchner, y hasta liberales como Manuel Zelaya o el impresentable Daniel Ortega. De ahí surgieron el Alba y la Unasur, la Celac y la estocada al ALCA en 2005.
Fueron años, aquellos, de fundadas y refundadas esperanzas. Pero que no pocas miradas miopes, y más en épocas de vacas flacas, atribuyen a los altos precios de las commodities, y a esos comodines seudoacadémicos que llaman populismo, o al denuncismo de la corrupción con ventilador.
Entre nieblas, tinieblas y desafinada sintonía, aparecen marxistas de la legua que al presidente Nicolás Maduro sugieren echar el ejército contra los fascistas antibolivarianos, o tipejos como Felipe González llamando al golpe de Estado pues, según dice, no importa si alguien es de derecha o izquierda. Lo único que me importa es que sea democrático...
A los primeros, circunspectos y oportunistas tributarios de la generosidad chavista, cabe la observación del analista Aram Ahronian: “No se puede ver lo que ocurre hoy en ningún país con la mirada y herramientas de la guerra fría y, por ende, no basta con declararse de izquierda para […] legitimar un discurso travestido de revolucionario, lleno de consignas y falto de ideas y/o propuestas”. Y a los otros, bueno… ¿qué más resta añadir de Felipillo, quien aseguró que la Constituyente votada el 30 de julio en Venezuela se le parece a la democracia orgánica de Franco?
O sea, aquel engendro institucional inventado por Washington en el decenio de 1970 (¡la transición!), que a Felipillo le garantizó el liderazgo progre en la Internacional Socialista (sic), a más de acumular una de las fortunas más respetables de España, gracias a la amistad cultivada durante 20 años con el delincuente Carlos Andrés Pérez.
En aquel levantamiento del 4 de febrero de 1992, Fidel entendió a Chávez desde el vamos. Pero el chulo de Sevilla, albacea institucional del franquismo light, también intuyó que el líder bolivariano iba convertirse en referente para los pueblos de América Latina, y en advertencia a los que usan la democracia como tapadera de intereses económicos corporativos.
La propuesta chavista fue novedosa, amplia, insólita: hacer una revolución con democracia, sin sangre. ¿Era posible? Liberación o dependencia, socialismo o barbarie, entreguismo o soberanía… No obstante, el imperio redobló sus esfuerzos, recurriendo a ejércitos de politólogos, sociólogos, sicólogos, antropólogos, lingüistas, comunicólogos, novelistas, publicistas, que se volcaron a pensar algoritmos que se programaban para anular los términos de la confrontación real, licuándola en nada.
Poco antes de sus recientes bravatas militaristas, un grupo de congresistas estadunidenses (todos republicanos, excepto uno) se dirigió a Trump con más realismo. Los legisladores advirtieron que 51 por ciento de la capacidad de refinación de Estados Unidos se encuentra en los tres estados del Golfo que procesan 90 por ciento del crudo venezolano (Luisiana, Mississipi y Texas), donde la industria emplea 32 mil trabajadores directamente, 49 mil indirectos y un total de 525 mil trabajos relacionados con refinación.
Lucha desigual, qué duda cabe. Steven Mnuchin, secretario del Tesoro, dijo que las elecciones a la Constituyente fueron ilegítimas, calificando a Maduro de dictador que ignora la voluntad del pueblo venezolano. Pero, como bien apuntó otro comentarista, nadie le preguntó su opinión sobre la monarquía de Arabia Saudita, donde no hay elecciones de ningún tipo, y hasta las tímidas protestas son reprimidas con c
rueldad.
La defensa de la revolución bolivariana no es un problema teórico, ni exclusivo de los venezolanos. Es causa que convoca a todos los que luchamos por la verdadera independencia de América Latina y el Caribe. En Venezuela se libra hoy la batalla de Ayacucho del siglo XXI (Declaración de la sexta Reunión del Consejo Político del ALBA-TCP, 8/8/17).

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