Guatemala
Entre finales del mes
pasado y primeros días del presente mes de Agosto, la Comisión
Interamericano de Derechos Humanos (CIDH), principal órgano consultor de
la Organización de los Estado Americanos (OEA) realizó una visita in loco (en el lugar) a la situación de los derechos económicos, sociales y culturales en Guatemala.
La
CIDH fue creada por la OEA, en 1959, con la finalidad de observar y
acompañar el cumplimiento de los derechos humanos en cada uno de los
países miembros del Continente. Entre sus funciones, aparte de dar
recomendaciones, está la de presentar expedientes ante la Corte
Interamericana de Derechos Humanos en los casos de violación de derechos
humanos que involucren a los estados.
Lo que llama la atención,
de cuantos observamos las conductas de los sujetos y antisujetos con
perspectiva latinoamericana, no es tanto la presencia ceremoniosa y
mediática de CIDH dando espectaculares informes preliminares con
verdades cotidianas, sino la nutrida y emotiva participación de actores
“revolucionarios”, indígenas y “democristianos” guatemaltecos.
Como
ocurre en otros países, las citas colectivas abiertas con
representantes de la CIDH fueron prácticamente una procesión de
infinidad de quejas y lamentos de una guatemalticidad hundida en la
desesperanza.
Pero, muy pocos o casi nadie se dio cuenta que la
CIDH fue y es el ente más frío y silente que el Muro de las
Lamentaciones [1] ante a la sistemática violación de derechos humanos en
la región.
Las historias inconclusas de América Latina están
empedradas con piedras que aún hieden a sangre caliente y gritos
ahogados de pueblos enteros bajo el yugo de dictadores impuestos por los
gobiernos norteamericanos, pero ninguno de esos dictadores fueron
recriminados, ni mucho menos acusados, en la Corte Interamericana, por
la flagrante violación de derechos humanos.
Pinochet (Chile),
Banzer (Bolivia), Videla (Argentina), Méndez (Uruguay), Somoza
(Nicaragua), Ríos Montt (Guatemala), Trujillo (Rep. Dom.), etc., fueron
algunos de los impunes antisujetos demoledores de los derechos humanos
en la era de la CIDH, pero ninguno de estos, ni otros, fueron casos de
su interés. Los gobiernos de los EEUU. fueron y son los principales
agentes criminales, predadores de derechos y soberanías de los pueblos.
¿la CIDH hizo alguna condena o presentó alguna vez el caso ante la
Corte?
La CIDH fue silente cómplice ante los últimos golpes
político militares de Estado en el presente siglo en Venezuela,
Honduras, Paraguay, Brasil. Actualmente, en la cruenta guerra mediática
desigual instaurada por los ricos en contra de los empobrecidos en
Venezuela (que ya cobran más de un centenar de vidas), la CIDH y la OEA
vapulearon, junto a los violentos guarimberos, a la institucionalidad
democrática y soberana de aquel país que finalmente encontró una salida
momentánea a su desencuentro interno.
Creer que la CIDH es una
autoridad ecuánime para el respeto y cumplimiento de los derechos
humanos en América es tan ingenuo como creer que el milenario Muro de
las Lamentaciones sea el auditorio divino en la tierra.
En las
dos últimas décadas, la OEA, eficiente organismo de anexionismo
comercial de los EEUU., salió deslegitimado y golpeado en las diferentes
guerras emprendidas en contra de pueblos y gobiernos soberanos
antinorteamericanos.
Cuba y Venezuela sacudieron a la OEA y la
dejaron muy mal parada. La creación de la Comunidad de Estados
Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), como antídoto democrático a la OEA
es una evidencia de ello.
Es en estas circunstancias que se debe observar la visita in loco
y los lamentos de la CIDH en Guatemala. La OEA, luego de sus
vergonzosas derrotas en Cuba y Venezuela, necesita oxigenarse de
legitimidad, y lo hace mediante su principal órgano. Guatemala, al ser
el cinturón geopolítico entre el Norte mortal y el Sur vital, es un
sitio clave para este intento de sanación.
El problema no es
tanto que estructuras como la CIDH visiten Guatemala, sino que, a pesar
de las evidencias históricas y simultáneas, “revolucionarios”,
indígenas, activistas de derechos humanos…, acudan con esperanzas casi
escatológicas a sus llamados, y legitimen con sus acciones los
emprendimientos de antisujetos mundiales de derechos humanos.
Notas:
[1]
E l Muro de las Lamentaciones es un residuo del Templo de Salomón que
los destructores romanos dejaron (año 70 dC.) en Jerusalén para que los
judíos guarden memoria del poderío romano. Pero, los judíos, asumieron
dicho Muro como una señal de la fidelidad y presencia divina en la
tierra.
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