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viernes, 16 de junio de 2017

La Revolución Cubana en el siglo XXI


Último análisis de Martínez Heredia sobre el presente de Cuba y América Latina


En la madrugada de este lunes falleció Fernando Martínez Heredia, profesor, ensayista e historiador cubano y uno de los principales pensadores latinoamericanos. A modo de homenaje, publicamos por primera vez online el artículo que enviara en marzo pasado para el libro “América Latina. Huellas y retos del ciclo progresista”, compilado por Pablo Solana y Gerardo Szalkowicz y editado por Sudestada en Argentina y La Fogata en Colombia. Allí elabora un agudo análisis de la etapa y los desafíos que atraviesa el proceso cubano en el marco del escenario continental. 

La Revolución Cubana en el siglo XXI
Como todos saben, Cuba es un país realmente singular. Solo mencionaré los cambios colosales de la vida de las personas, las relaciones sociales y las instituciones generadas por el proceso revolucionario, conquistadas y desarrolladas con la participación decisiva de las mayorías, codificadas por las leyes y convertidas en costumbres. El consenso por parte de las mayorías de que el poder político ha gozado durante más de medio siglo tiene bases muy firmes en el imperio de la justicia social, la redistribución sistemática de la riqueza del país en beneficio de esas mayorías, la identificación general del gobierno como servidor de los altos fines de la sociedad y administrador honesto -y no como una sucesión de grupos corrompidos que medran, engañan y lucran- y la defensa intransigente de la soberanía nacional plena.
La sociedad de justicia, bienestar y oportunidades para todos que se logró como saldo del proceso hasta 1990 ha sufrido deterioros y reducciones de esos rasgos en los últimos 25 años. No me detengo en la profunda crisis que vivió Cuba en la primera mitad de los años ´90, que originó esa tendencia negativa, solamente añado dos constantes que operan siempre y sistemáticamente en contra: la agresión permanente de Estados Unidos, desde 1959, que incluye el funesto estado de guerra económica del bloqueo; y las profundas y abarcadoras desventajas económicas que sufrimos, como la mayor parte de los pueblos del planeta, causadas por el sistema de financiarización, centralización, robo de recursos y exacciones parasitarias del gran capital.
La crisis pudo ser enfrentada y remontada porque se produjo la conjunción de una gran sagacidad, decisión de resistir, valentía y un apego estricto a los principios socialistas, combinados con una enorme flexibilidad táctica y con la abnegación, la combatividad y la pericia de las mayorías, franqueada por el extraordinario desarrollo que habían experimentado sus capacidades y su conciencia política en las décadas previas. Fue mucho más que el mantenimiento de un gran pacto social. No hubo ninguna rendición, ni apelación al repertorio neoliberal que era usual: la política social ejemplar cubana se mantuvo, aun en los peores momentos. La maestría y la firmeza de Fidel y la sabiduría política del pueblo, unidos, impidieron la caída del socialismo cubano.
Pero los efectos de la profunda contracción de la actividad económica y la calidad de la vida, y los de una parte de las medidas que fue necesario tomar, se hicieron sentir de manera aguda primero y, aunque pronto fueron atenuados, comenzaron a tener consecuencias que se han vuelto en parte crónicas, y que han recibido impactos muy diversos en las dos décadas que siguen hasta hoy.
En la actualidad se puede apreciar la consolidación de desigualdades ante el ingreso que percibe la población, que eran desconocidas antes de la crisis. Hay sectores empobrecidos, y esto es más agudo en grupos sociales que estaban en desventaja por razones históricas y/o territoriales, o a los que la evolución de la situación fue llevando a ese estado. De un nivel ínfimo de pobreza y cero pobreza extrema hace 30 años, hemos pasado a tasas de pobreza que para Cuba son notablemente altas. Las deficiencias más significativas se encuentran en vivienda, remuneración del trabajo, situación de comunidades y acceso a una parte de los consumos necesarios o deseados. De una sociedad en la que las relaciones entre los esfuerzos laborales y los consumos y la calidad de la vida eran muy indirectas, hemos pasado a una situación en la que los ingresos directos que se obtienen desempeñan un papel grande en esos consumos y en la calidad de la vida. El papel del dinero ha crecido muy sensiblemente en un gran número de campos.
Las remesas desde el exterior, importantes para la macroeconomía, pueden erosionar también las ideas socialistas. Es probable que una parte de ellas esté sirviendo para crear empresas pequeñas, pero privilegiadas en cuanto a operar y sostenerse.
Junto a esas realidades han sido impactadas las representaciones, los valores, la conciencia y las ideas, de manera paulatina pero que no puede subestimarse. Entre sus efectos está la existencia de una franja de población que es ajena a la Revolución, privilegia los asuntos personales y las relaciones familiares y de pequeños grupos, y suele creerse ajena a militancias y contaminaciones políticas. Ese apoliticismo convive en paralelo con las convicciones políticas y las costumbres socialistas arraigadas, como conviven en paralelo en nuestra sociedad un enorme número de relaciones sociales, representaciones y valores socialistas y capitalistas. Se está librando una guerra cultural abierta entre el socialismo y el capitalismo.
Agrego aún otro rasgo negativo que ha crecido: la conservatización de la vida social. Parece ser aún más neutra que la despolitización, y pudiera verse solamente como una portadora de modas, comportamientos, satisfacciones y normas que tienen su referente en algo que porta el aura de lo intemporal. Como una “vuelta a la normalidad” de la sociedad. Pero en realidad es un enemigo peligroso del socialismo, porque es una forma efectiva de desarmar la actividad política y promover la simpatía por soluciones conservadoras a los problemas de la sociedad.
¿Avanzará el desarme ideológico? ¿Llegaremos a ser un país “normal”?
Frente a esas realidades adversas, Cuba conserva fuerzas profundas y enormes para mantener su revolución socialista de liberación nacional, y un sólido potencial para desarrollarla hacia nuevas metas, ambiciosas pero necesarias. Ante todo, se ha mantenido la mayor parte de una política social que asigna recursos, brinda un enorme número de servicios sobre bases socialistas de gratuidad y universalidad, sostiene sistemas como los de salud, educación, seguridad social y cultura, y protege a los grupos humanos con necesidades especiales.
El acumulado con el que contamos es impresionante a nivel mundial. Un buen ejemplo de ello son los datos sobre las mujeres cubanas brindados por el presidente Raúl Castro en su discurso ante la Conferencia sobre Igualdad de Género y Empoderamiento de las Mujeres de la ONU, el 27 de septiembre de 2015. Las enormes capacidades de formación general, técnica y científica, que fueron un factor tan relevante para enfrentar la crisis, siguen siendo una gran ventaja permanente. La pacificación de la existencia personal y familiar garantizó y elevó la calidad de la vida, las posibilidades, los derechos, los nuevos problemas y los proyectos de las mujeres, los hombres, los niños y los ancianos. En Cuba no existen, desde hace más de 50 años, la violencia en la política, las ejecuciones extrajudiciales, las desapariciones forzosas ni las torturas a detenidos. Las tasas de homicidios y de consumo de drogas son bajas. No existe como problema de alguna entidad la seguridad de la población.
Tenemos, desgraciadamente, barrios marginales, pero no tenemos seres humanos marginales que hayan interiorizado su inferioridad y su destino. Nuestros investigadores estudian la pobreza en el país, pero no tenemos clases subalternas. No se ha producido, ni permitiremos que llegue a producirse, esa victoria de la dominación que es la naturalización de las relaciones sociales que producen la desigualdad, la explotación del trabajo, la exclusión, la opresión. Un escamoteo de lo esencial que es básico para la hegemonía del capitalismo.
Frente a los desafíos cruciales de la actualidad y el futuro cercano, es imprescindible conocer lo mejor posible los problemas, los límites y los retrocesos, identificar lo que nos perjudica, además de los enemigos externos y las insuficiencias estructurales, como son el burocratismo y la inercia, males muy graves, la falta de cumplimiento o el mal ejercicio de tareas que son indispensables, los errores, la formación de grupos conservadores o de intereses materiales y de poder social, y los manejos corruptos. Es decir, ganar conciencia de lo que necesitamos cambiar en nuestro propio campo.
Una forma eficaz de oponerse a la expansión de las desventajas y exclusiones, por ejemplo, es discutir y encontrar los modos acertados de combatir la reproducción de las desventajas de determinados grupos y áreas, incluyendo desatar las fuerzas unidas de especialistas y masas de población que poseen cualidades suficientes para hacerlo, y hacer los cambios institucionales que sean necesarios.
Desde 1959 hasta hoy Estados Unidos ha mantenido su objetivo estratégico de destruir el socialismo cubano y socavar nuestra soberanía nacional. A partir de diciembre de 2014 comenzó una etapa diferente dentro de la misma estrategia, mediante lentas y astutas negociaciones, gestos formales, algunas medidas según sus intereses y una “ofensiva de paz” que erróneamente nos supone ingenuos. Pero mantiene incólume el sistema ilegal y criminal de agresiones sistemáticas contra Cuba, a la espera de recibir concesiones y que nos dividamos, mientras intenta seducir a una suerte de nueva clase media con comercio, inversiones, consumos y “tecnologías”, y esperanzar a sectores menos conscientes de la franja de pobreza existente. Sin prescindir, naturalmente, de todas las formas de subversión que estén a su alcance. Así fue durante la presidencia de Obama. Es una incógnita –al momento de escribir estas líneas- si Donald Trump continuará esa fase o si le introducirá cambios.
Nadie puede ni podrá imponerle a Cuba cambios que no sean los que las cubanas y los cubanos quieran darse libremente, en el ejercicio de su cultura, sus intereses, sus ideales, sus proyectos y su soberanía.
No podemos separar las respuestas a la política imperialista de las acciones dirigidas a defender y profundizar nuestro socialismo: en realidad, estas últimas serán lo decisivo. La sociedad pasa al centro del combate político, y ella necesita que entre todos hagamos política social, y hagamos política. Un requisito básico será la activación de muchos medios organizados que no están siendo eficaces ni atractivos, y la creación de nuevos espacios y mecanismos para fomentar la actuación y la creatividad populares. Son innumerables los asuntos, los retos, las necesidades, los campos en los que podrían ejercitar su participación quienes sientan que deben hacerlo.
La economía es una dimensión estratégica que no tengo espacio para abordar aquí. Las referencias a ella han tenido un lugar central en los últimos años. Pero las relaciones y los problemas económicos son algo demasiado importante para reducirlos a invocaciones pragmáticas y medidas que involucren a unos pocos: tienen que ser campo de debates y de labores de todos. Por otra parte, necesitamos que la educación escolar se renueve y se desarrolle, pero ese objetivo es completamente factible, por el intenso amor a la educación que caracteriza a nuestra cultura, la multitud de personas muy capacitadas que hay en todas partes del país y la gigantesca cultura institucional que existe en ese campo.
Necesitamos más rescate en términos ideales y materiales de las relaciones y la manera de vivir socialista; mayor socialización dentro del ámbito y la gestión estatales; un impulso cierto de la municipalización y otras formas de descentralización que beneficien a empeños de colectivos, a las comunidades y al país, y no al individualismo y el afán de lucro; enfoques integrales de los problemas.
Se está produciendo un aumento de la politización en sectores amplios de población, que estimula al nivel inmenso de conciencia política que posee el pueblo cubano. Emergen sectores de jóvenes expresamente anticapitalistas. Ha crecido la expresión pública de críticas y criterios diferentes hechos por cubanos socialistas y dirigidos a fortalecer el socialismo. El pueblo cubano ha ejercido la justicia social, la libertad, la solidaridad y el pensar con su propia cabeza, y se ha acostumbrado a hacerlo. Tenemos conciencia política del momento histórico en que vivimos y lo que se juega en él.
“Yo soy Fidel”
Aquella consigna que salió a enfrentar su muerte fue inventada por la gente, no fue orientada por nadie, y se convirtió en la expresión nacional por excelencia, porque contiene homenaje, orgullo del que la pronuncia y determinación personal de continuar la causa revolucionaria, encarnada en el líder mayor y más amado. Fidel dio muchas lecciones en los nueve días del duelo, y ganó su primera batalla póstuma. El pueblo mostró abiertamente qué es realmente, y demostró que está dispuesto.
Durante más de 30 años, Cuba se vio prácticamente privada de tener relaciones económicas y estatales con la región. Pero en los últimos 25 esa situación se transformó radicalmente. Existe hoy una masa enorme de vínculos sociales, económicos, políticos y estatales, y por sus posiciones y su alto nivel de actividades internacionales, Cuba goza de gran prestigio en todo el ámbito regional. Al mismo tiempo, casi 60 años de solidaridad en ambos sentidos entre los pueblos del continente y el nuestro, y el ejemplo permanente constituido por la sociedad de justicia y libertad creada por la Revolución en la isla, su soberanía nacional plena y su antimperialismo e internacionalismo, configuran un hecho muy relevante entre las realidades latinoamericanas.
Eventos recientes adversos en Venezuela y algunos otros países latinoamericanos nos preocupan a todos y podrían indicar que el tipo de proceso que tuvo muchos logros en una parte de la región y generó tantas esperanzas está chocando con sus límites, y el imperialismo y sectores capitalistas locales han pasado a la ofensiva con el fin de liquidarlo y esparcir el derrotismo. Cuba mantiene su apoyo y acompañamiento a esos procesos, y lo expresa muy claramente. Si la tendencia actual avanza y se consolida, sin duda tendremos más dificultades y menos compañía, pero, como siempre, haremos causa común con nuestros pueblos hermanos y el país mantendrá la política de apoyo a las coordinaciones de América Latina y el Caribe, y al horizonte integracionista. 

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