Iván Restrepo
El Acuerdo de París sobre el cambio
climático no es –como dice el presidente Trump– un paso equivocado para
evitar el calentamiento global. Es un signo de sensatez. No fue
negociado mal ni fruto de la desesperación de la administración de
Barack Obama. No aporta poco ni disminuye la competitividad de Estados
Unidos, como asegura el magnate. Y menos que con el cumplimiento del
acuerdo en el vecino país se perderían 2.7 millones de empleos en 2025. Y
3 millones de millonesde dólares de su PIB. Tampoco es
injustopara el pueblo estadunidense y menos constituye una
enorme redistribución de su riqueza a otros países. Es todo lo contrario. Ahora la primera potencia del mundo se suma a los dos países que no firmaron el acuerdo: Siria, enfrascada desde hace años en una guerra civil e intervencionista que deja ya miles de muertos. Y Nicaragua, el feudo del señor Ortega y su esposa, que consideró el acuerdo
insuficiente, no ser legalmente vinculante y no hace responsables a los países del primer mundo.
No debemos sorprendernos por la determinación del señor Trump. Lo
anunció en su campaña, durante la cual dijo que el cambio climático no
existía y era un invento de China y de los científicos con el fin de
obtener dinero para sus investigaciones. Cumplió así con parte de los
que votaron por él, como los que exigen libre explotación del carbón.
Pero casi al mismo tiempo que Trump rompía el acuerdo, los líderes
mundiales, de China a India a Europa y Canadá, reiteraban su respaldo a
lo firmado en París. Ni una sola muestra de apoyo a esa retirada. Bueno,
una, tibia, de Rusia, con su confusa declaración.
La decisión de Trump es, además, otro paso para borrar las huellas
progresistas de la administración Obama, a la que detesta y califica de
tragedia para su pueblo. Y una de ellas son los compromisos ambientales que anunció antes de asumir la presidencia en enero de 2009. Por la oposición del Congreso, donde Obama no tuvo mayoría, apenas a mediados de 2015 pudo lanzar su plan energético, a cargo de la ahora desmantelada Agencia de Protección del Ambiente (EPA, por sus siglas en inglés). Obama logró negociarlo con los legisladores que representan más que a los ciudadanos los intereses de los grandes conglomerados industriales. Contempla sustituir las plantas de generación de electricidad con base en carbón ubicadas, por ejemplo, en Wyoming y Virginia occidental, por otras que aprovechen fuentes alternas, no contaminantes, como la solar y la del viento. Una manera, además, de extender su política de independencia que ya tiene en petróleo y gas.
Igualmente, obtuvo el compromiso de 81 grandes empresas (un
tercio de las 50 mayores del vecino país y que ocupan a 9 millones de
personas) de reducir al máximo las emisiones de gases causantes del
calentamiento del planeta. Junto con los empresarios recalcó que ante el
cambio climático, urgía cambiar de rumbo en las políticas energéticas.
Como era de esperar, estuvieron ausentes de este compromiso las
petroleras Chevron, Exxon Mobil, Shell, culpables de muchos de los
problemas que padecemos por la generación de gases de efecto
invernadero. Hoy tienen enorme influencia en la administración Trump.
Pero aún así, igual que otras trasnacionales, no están de acuerdo con
renunciar a lo aprobado en París. Sí lo está el secretario de Comercio,
Wilbur Ross, quien asegura que habrá más empleo y beneficios económicos
para la población estadunidense. Más darían las fuentes alternas de
energía. También oculta que, fuera del acuerdo, su país emitirá 3 mil
millones de toneladas de dióxido de carbono al año.
Donald Trump acaba de cometer el mayor error de su corta
administración: olvidar que el mundo no le pertenece y tampoco la
voluntad de la mayoría de sus conciudadanos. Que el cambio climático ya
surte efectos negativos por doquier. El empresario-presidente contra el
mundo y su futuro. Contra su propio país, pues ni el muro más
sofisticado impedirá que el calentamiento global lo afecte. Triunfo
pasajero de los ultranacionalistas que dictan las reglas de la política y
la economía, encabezados por Steven Bannon, enemigo de los acuerdos
internacionales firmados por Estados Unidos.
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