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domingo, 28 de mayo de 2017

De la Proposición 187 a la toma del poder en California



Jorge Durand
El primer ataque a la comunidad migrante mexicana con fines electorales fue la Proposición 187, del gobernador de California Pete Wilson (1994), quien buscaba la relección y perdía en las encuestas.
La campaña de Pete Wilson dio un viraje radical cuando eligió a los inmigrantes mexicanos como un enemigo en particular y cambió su lema de campaña por el de SOS (Save Our State). Según esto la crisis económica de California se debía a los migrantes que abusaban de los servicios sociales, educación y salud.
La Proposición 187, que debía ser votada en la misma elección, limitaba el acceso a los migrantes a tales servicios y obligaba a los funcionarios a que denunciaran a aquellos migrantes irregulares que hacían uso del seguro de desempleo, apoyo a madres embarazadas, a niños lactantes e incluso a los que mandaban a sus hijos a la escuela o eran atendidos en hospitales.
Pete Wilson ganó los comicios y también fue aprobada la Proposición 187. No obstante, los abogados de la comunidad latina impugnaron la P-187 por anticonstitucional y ganaron en las cortes, con el argumento de que los asuntos migratorios eran federales, no estatales. Lo que en realidad fue una victoria pírrica, porque luego vendrían otras leyes (1996) que dieron mayores facultades a los estados y se provocaría una oleada de leyes antinmigrantes como la de Arizona.
En los corrillos locales se festejaba la decisión de la corte con respecto a la P-187 con la puntada de me vale Wilson la 187. En realidad sólo fue el comienzo de una larga guerra antinmigrante que todavía se libra en las elecciones, las cortes, las calles.
No obstante, la amenaza de aquellos años despertó la conciencia de muchos, entre ellos del joven Kevin de León, quien se opuso fervorosamente a ella y encontró en esas escaramuzas sus primeras experiencias como activista y político.
Hoy día Kevin de León es presidente (pro-tempore) del Senado en California y se perfila, junto con otros tres latinos, como uno de los candidatos a la gubernatura en 2018. Antonio Villaraigosa ya había llegado a ser alcalde de Los Ángeles en el periodo 2005-2013 y también está metido en la contienda electoral.
Y junto a ellos habría que nombrar a otros tantos líderes de California, que destacan en puestos políticos importantes, como Cruz Bustamante, Ed Hernández, Ben Hueso, Ricardo Lara, Connie Leiva, Tony Mendoza, Xavier Becerra, quien funge como procurador general del estado de California, entre muchos otros.
California es demócrata porque es chicana, latina, hispana y muy especialmente Los Ángeles, San Francisco y el rosario de ciudades de la bahía. Ser demócrata no es, sin embargo, sinónimo de garantía. No importa tanto el rótulo, importa más ser chicano, latino, hispano para identificarse y defender los derechos de la primera gran minoría de Estados Unidos. Un ejemplo es Ana Navarro, republicana de pura sepa, nacida en Nicaragua, pero que está dando la lucha en Miami y en el país en contra de Donald Trump.
En Chicago también se cuecen habas; Chui García, nacido en Durango, naturalizado estadunidense y habitante del emblemático barrio de La Villita entra a las ligas mayores de la política en Illinois. Hace un par de años disputó la nominación demócrata para la alcaldía con Rahm Emanuel y perdió por pocos puntos. Hoy vuelve con renovadas fuerzas a la liza electoral. En aquella ocasión su candidatura fue propuesta en alianza con la población afroamericana. Un panorama distinto al de California, pero no menos sugerente y efectivo. Fue el voto mexicano el que llevó al congresista puertorriqueño Luis Gutiérrez a convertirse en el adalid de los latinos en la lucha por una reforma migratoria.
En Nueva York sucede otro tanto. Desde hace décadas los puertorriqueños y dominicanos trabajan junto a los afroamericanos en sus campañas políticas. Si bien la comunidad mexicana es joven y en su mayoría no puede votar, la mesa está servida para trabajar unidos en el futuro, ya que no sólo comparten penurias y barrios devastados, sino oportunidades de actuar políticamente.
Chicanos y latinos en California pueden ser el futuro político de los próximos años. Salvadoreños y bolivianos pueden ser el fiel de la balanza en Washington DC y Virginia. Por su parte, peruanos, puertorriqueños, mexicanos y ecuatorianos pueden aliarse en Nueva Jersey.
Pero para que esto suceda deben naturalizarse y luego votar. Sin duda las agresiones de Trump a la comunidad migrante serán un reactivo político en las minorías en contra de la opción republicana, cada vez más tirada a la derecha. Pero de nada sirve el reactivo si no se vota.
En Texas y Florida, y en general en los estados del sur, la opción puede ser distinta, y puede resultar mejor penetrar el Partido Republicano y cambiarlo por dentro. Muchos mexicano-estadunidenses en Texas y cubanos en Florida son profundamente solidarios con su partido, a pesar de no estar de acuerdo con sus candidatos. Pero Juan Hernández, republicano de pura sepa, amigo de Fox, fue un decidido promotor de una reforma migratoria. En la política de aquí el juego y conteo de votos, para cada propuesta en particular, es lo que cuenta.
El campo sindical también está cargado de latinidad. Los viejos líderes irlandeses e italianos son ya un recuerdo de lo que fue la clase obrera estadunidense. Hoy las dirigencias sindicales están teñidas con la raza de bronce y a la hora de las negociaciones político electorales, los sindicatos juegan un papel decisivo.
California es el mejor ejemplo de que se puede dar vuelta al destino. Del siniestro panorama de mediados de los 90 con la P-187 hoy tenemos un pronóstico diferente y prometedor.

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