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jueves, 20 de abril de 2017

Venezuela: el golpe fue de Almagro… en la OEA



José Steinsleger /I
A los maximalistas de izquierda asisten razones para criticar al Pepe Mujica. Pero junto con los cínicos de derecha, coinciden que la ética, integridad y dignidad del ex presidente de Uruguay (2010/15) contrastan con el abyecto perfil de Luis Almagro Lemes, secretario general de la OEA.
En mayo de 2015, la autoridad moral del Pepe fue determinante para que Almagro asumiera la jefatura de la OEA. Entonces, muchos se ilusionaron creyendo que bajo su gestión, podría paliarse la merecida fama de ministerio de colonias del organismo internacional parido por Washington en Bogotá, hace 69 años (abril de 1948).
¿Acaso Almagro no había impulsado la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur, 2008) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac, 2010), concebidas, justamente, para terminar con la OEA? ¿Acaso en la delegación especial de la Unasur a Venezuela (2014) no había sido un promotor del diálogo entre el gobierno y la oposición? ¿Acaso en este mismo año, la revista Foreign Policy no lo había elegido entre los “10 pensadores globales del mundo (sic)…”?
Un año después, a seis meses del nombramiento, el Pepe divulgó la carta enviada a su ex canciller, con motivo de su actitud frente a Venezuela:
Sabes que siempre te apoyé y te promoví. Sabes que tácitamente respaldé tu candidatura para la OEA. Lamento que los hechos reiteradamente me demuestren que estaba equivocado. No puedo comprender tus silencios sobre Haití, Guatemala y Asunción. Entiendo que sin decírmelo, me dijiste adiós.
Sigue: “La preocupación mía no es como nos ven o entienden los medios de prensa o los políticos. No, la línea de preocupación es cómo incidir algo a favor de la gran mayoría de los venezolanos (…) Lo central no es cómo nos ven sino ser útil o no a la mayoría de la gente corriente (…) Todos sabemos que Venezuela es reserva petrolera para los próximos 300 años. Allí radica su riqueza y su desgracia, porque Estados Unidos es adicto al petróleo…”.
Sigue: “También esto hizo posible la deformación sociológica de acostumbrarse a vivir de la renta petrolera y terminar importando hasta lo elemental: el grueso de la comida. La revolución bolivariana no pudo escapar con voluntarismo de esa realidad, aunque derramó recursos y reservas en favor de los siempre postergados (…). Venezuela nos necesita como albañiles y no como jueces (…) La verdadera solidaridad es contribuir a que los venezolanos se puedan autodeterminar respetando sus diferencias, pero esto implica un clima que lo posibilite…”.
La carta del Pepe, termina así: lamento el rumbo por el que enfilaste y lo sé irreversible, por eso ahora formalmente te digo adiós y me despido.
Sin embargo, hasta junio del año pasado, Almagro no encontraba en la OEA el consenso requerido para aplicar a Venezuela la llamada Carta Democrática, inventada en 2001 para intervenir (en contra de sus estatutos) la política interna de los países miembros.
El Consejo Permanente adoptó una declaración en apoyo al diálogo y ni siquiera Estados Unidos invocó la carta por alteración del orden constitucional, tal como lo querían Almagro y los gobiernos derechistas de América Latina.
Incluso, la correveidile Susana Malcorra (canciller de Mauricio Macri) manifestó que la carta no necesariamente servía “…para resolver los problemas”. Es más: dijo que su uso estaba inflado (sic) y ponderó que en Venezuela hubiera un presidente elegido democráticamente y una oposición con mayoría en el Poder Legislativo.
Así las cosas, el Consejo Permanente respaldó la iniciativa de José Luis Rodríguez Zapatero (ex presidente del gobierno español), Leonel Fernández y Martín Torrijos (ex presidentes de República Dominicana y Panamá, respectivamente), para reabrir un diálogo efectivo. Pero en esos momentos, Almagro estaba en su despacho con el dirigente opositor Carlos Vecchio, quien decía tener un acuerdo de la Asamblea Nacional en favor de invocar el bendito documento intervencionista.
En realidad, Almagro empezaba a jugar sus propias cartas para dar el golpe que, a inicios del mes en curso, tuvo lugar en la OEA. Bueno, no tan propias, luego de que trascendieron las pláticas que el 25 de febrero de 2016 sostuvo con el almirante Kurt Kidd, comandante en jefe del Comando Sur, poco antes de que se llevaran a cabo las elecciones parlamentarias que en la Asamblea Nacional dejaron en minoría al poder bolivariano.
Prueba de aquello fue el documento de inteligencia Venezuela Freedom-2 (elaborado por Kidd con la cooperación de la OEA), cuyo propósito apunta a implementar un enfoque de cerco y asfixia terminal sobre la sociedad y el gobierno venezolano. Maniobras desestabilizadoras que en septiembre del mismo año gravitaron en la toma de Caracas para exigir el referendo revocatorio contra el mandado del presidente Nicolás Maduro. Y ocasión en la que ondearon banderas de Israel, entre las de la oposición. Dato que al diario Haaretz de Tel Aviv llevó a decir que “…los israelíes están en el centro de la batalla por el cambio económico en Venezuela”.
Luego todo cambió para peor: ganó Trump. Y con Trump se fortalecieron personajes de la extrema derecha como el senador cubano americano Marco Rubio y otros de su banda, que denunciaban las supuestas vinculaciones del gobierno bolivariano con el terrorismo y el narcotráfico.

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