La intervención del
embajador del Estado Plurinacional de Bolivia, Sacha Llorenti, el pasado
viernes 7 de abril, durante la sesión del Consejo de Seguridad de
Naciones Unidas celebrada ese día resultó una pieza magistral de
historia y dignidad que debería divulgarse ampliamente. En ella, además
rechazar y condenar la agresión militar estadounidense contra Siria,
Llorenti desnudó la falsedad e hipocresía intrínseca en la retórica de
Estados Unidos cuando se dice preocupado por los derechos humanos, la
democracia o el bienestar de los ciudadanos de cualquier país cuyo
gobierno no es de su agrado.
Como lo expresó el propio embajador, sus
palabras no fueron retórica. Se refirieron a hechos históricos
concretos, seriamente documentados, algunos incluso acaecidos
recientemente. No se trató de propaganda “bolivariana” ni “comunista”,
ni siquiera “anti-norteamericana”. El diplomático simplemente se refirió
a la verdad que está tras las intervenciones militares y políticas
estadounidenses en el mundo, cuyo fin último y real ha sido la de
satisfacer las ambiciones de los propietarios y accionistas de la
industria militar y del gran capital occidental, sin importar las
cantidad de muertos, viudas y huérfanos que queden en el camino.
Llorenti
demostró como la sede de ese organismo de Naciones Unidas se ha
convertido en uno de los estrados preferidos por los representantes
estadounidenses para predicar mentiras y justificar cualquier atrocidad,
sin mostrar el menor rubor, contra cualquier país o gobierno que no sea
del agrado de quienes gobiernan el país del norte.
Así recordó
cuando el general Colin Powell, en su calidad de Secretario de Estado
del gobierno de George W. Bush, exhibió una fotografía como supuesta
prueba de que el gobierno de Irak, encabezado por Saddam Hussein, poseía
armas de destrucción masiva. Con ello pretendió convencer al mundo de
la “necesidad” de atacar e invadir ese país del Medio Oriente, decisión
que los gobernantes estadounidenses ya habían tomado. Las víctimas
fatales ocasionadas por esos falsos alegatos ya superan el millón y
siguen incrementándose, mientras el ex secretario estadounidense goza de
un plácido retiro familiar.
El embajador boliviano bien habría
podido recordar otras afirmaciones realizadas en años más recientes,
cuando la representante del gobierno de Barack Obama, Susan Rice, sin
mostrar ninguna prueba, acusó a los jefes del ejército libio leales al
gobierno de Muhamar Gadafi de distribuir pastillas viagra entre sus
tropas para que cometieran violaciones sexuales. Llorenti también pudo
evocar que hace tres décadas la representante del gobierno
estadounidense encabezado por Ronald Reagan, Jeane Kirkpatrick, acusó al
gobierno dirigido por los sandinistas en Nicaragua, de haber encerrado
en campos de concentración a 250 mil indígenas mískitos. La falsedad fue
multiplicada incansablemente por las cadenas transnacionales de
noticias y los llamados medios de comunicación democráticos e
independientes, aunque se caía por su propio peso. Para desmentirla
bastaba tan solo con verificar el número correcto de mískitos que
habitaban la costa Caribe nicaragüense, que entonces se estimaban entre
80 mil y 120 mil.
Lo cierto es que para citar mentiras de la
diplomacia y los medios de comunicación estadounidenses sobra de dónde
escoger; pues la calumnia, las verdades a medias y las mentiras han sido
rasgos comunes de la diplomacia y la política exterior estadounidense.
Igualmente
de relevante fue que el diplomático boliviano, al citar textualmente la
Carta de Naciones Unidas, también demostró que el verdadero violador al
derecho internacional es el gobierno estadounidense, algo que tampoco
es nuevo. De hecho, Estados Unidos ya en una ocasión fue condenado por
la Corte Internacional de Justicia de La Haya por violar el derecho
internacional. Así lo dejó claro el fallo que emitió ese alto tribunal
el 27 de junio de 1986, como producto de la demanda incoada en 1984 por
Nicaragua contra Estados Unidos, debido a las acciones militares y para
militares que financiaba y ejecutaba por el gobierno de Reagan para
derrocar al gobierno nicaragüense.
Al hablar con tanta verdad y
con tal contundencia, en esos momentos Llorenti no solo representó a
Bolivia. También habló por todos los pueblos que han sido objeto de las
agresiones imperiales de los estadounidenses.
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