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lunes, 9 de enero de 2017

Democracias intervenidas


American Curios
David Brooks
La Jornada 

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Trabajos en Washington para la ceremonia de toma de protesta de Donald Trump como presidente de Estados Unidos que se celebrará el próximo 20 de enero. La imagen es de hace un mes, cuando empezaban las labores afuera del Capitolio. A unos días del cambio en la Casa Blanca, hay un intenso debate sobre la campaña de influencia presuntamente orquestada por Rusia para manipular el resultado de la elección presidencial en EUFoto Ap

En Washington hay gritos de protesta y condena, más investigaciones y un intenso debate sobre una barbaridad, algo inaceptable, algo tan terrible que la propia democracia está en riesgo: un gobierno extranjero se atrevió a lanzar una campaña de influencia para manipular el proceso político interno de Estados Unidos.
La CIA, la FBI y la Agencia de Seguridad Nacional ofrecieron briefings al presidente Barack Obama y al presidente-electo Donald Trump, presentaron sus resultados ante el Congreso y emitieron un informe al público resumiendo sus conclusiones sobre cómo el gobierno de Vladimir Putin ordenó e implementó una campaña que incluyó sembrar y difundir noticias falsas, hackear y filtrar correos electrónicos tanto de la campaña de Hillary Clinton como del Comité Nacional Demócrata, y que todo esto era, primero, para minar la confiabilidad del proceso electoral, pero al final, para beneficiar la campaña de Trump y dañar a Clinton.
Suponiendo que todo, o parte de esto, sea cierto, no deja de llamar la atención que los directores de inteligencia, sus supuestos jefes en la Casa Blanca y en el Congreso y un amplio coro de analistas e intelectuales del establishment se atrevan acusar y condenar a un gobierno extranjero de intromisión en los asuntos políticos internos de otra nación, sin reconocer que Estados Unidos lo ha hecho, y lo sigue haciendo, en todo el mundo y desde hace décadas.
Estados Unidos ha intervenido para influir en los resultados de elecciones de otros países por lo menos 81 veces entre 1946 y el año 2000, según el experto Dov Levin de la Universidad Carnegie Mellon. Eso no incluye golpes de Estado o intentos para derrocar gobiernos –los famosos cambios de régimen– sino sólo intentos directos para influir en una elección a favor de una fuerza política. Si se incluyen éstas, el número de intervenciones es mucho más alto.
Entre los ejemplos más prominentes tanto de intentos de influir sobre el resultado de una elección como en golpes de Estado está el caso de Salvador Allende en Chile, donde Estados Unidos no sólo apoyó el golpe del 11 de septiembre de 1973, sino que intervino en la contienda electoral de 1964 en la que la CIA invirtió más de 4 millones de dólares en proyectos encubiertos para prevenir su elección; algo que repitió sin éxito en 1970.
También están el derrocamiento de Mohammed Mossadegh en Irán, en 1953, para imponer al cha, fiel aliado de Washington; el caso de Jacobo Arbenz, en Guatemala, en 1954; Patrice Lumumba, del Congo, en 1961; la abierta interferencia en las elecciones de Jean-Bertrand Aristide, en Haití, y de Daniel Ortega, en Nicaragua, a principios de los 90, así como la instalación de Hamid Karzai, agente pagado de la CIA, como presidente de Afganistán después de la invasión estadunidense. Y claro, no se puede olvidar en esta lista más de medio siglo de intervenciones políticas para promover el cambio de régimen en Cuba.
Sólo en este nuevo siglo, las intervenciones incluyen el apoyo al golpe de Estado en Honduras contra Manuel Zelaya en 2009, algo justificado por Hillary Clinton cuando era secretaria de Estado en el primer periodo de Obama, el intento para prevenir la relección de Slobodan Milosevic en Serbia en 2000, el apoyo implícito de Washington del fracasado golpe de Estado contra Hugo Chávez, y múltiples acusaciones de los gobiernos de Bolivia y Ecuador, entre otros, por interferencia en los asuntos políticos internos.
Y mientras acusa a Rusia, Washington no comenta que intentó influir en la elecciones rusas en 1996 a favor de Boris Yeltsin. También apoyó a Vaclav Havel en la desaparecida Checoslovaquia y a candidatos presidenciales del Partido Laborista en Israel.
Estas prácticas tienen décadas: la primera operación de la CIA para influir en una elección fue realizada pocos meses después de su creación, en 1947, cuando apoyó a los democristianos contra una coalición de izquierda en Italia, en 1948, con éxito. Tim Weiner, periodista Premio Pulitzer y autor de la excelente historia de la CIA (Legacy of Ashes), comentó en entrevista con la radio pública WNYC que “después de su éxito en Italia, la CIA tomó esta fórmula –la cual incluía emplear millones de dólares para promover campañas de influencia– y la aplicó por todo el mundo en lugares como Guatemala, Indonesia, Vietnam del Sur, Afganistán y más”. Weiner subrayó que todo esto se hace con la aprobación de la presidencia de Estados Unidos.
Hubo incluso esfuerzos más complicados y controvertidos, como los revelados por el escándalo Irán-Contra durante el régimen de Reagan, que incluyeron operaciones encubiertas dentro de este país. Otto Reich –feroz opositor de los gobiernos revolucionarios de Cuba y Venezuela y otros regímenes de izquierda en el hemisferio– desde su Oficina de Diplomacia Pública en el Departamento de Estado supervisó un esfuerzo de propaganda política dentro de Estados Unidos logrando insertar información y lo que ahora se llaman noticias falsas en medios estadunidenses a favor de los contras nicaragüenses sin divulgar su vínculos con el gobierno estadunidense. Una investigación dentro del Departamento de Estados lo acusó de haber supervisado actividades prohibidas de propaganda encubierta.

Como reportamos hace unas semanas, Ariel Dorfman, en un artículo del New York Times titulado Ahora, Estados Unidos, ustedes saben cómo se sintieron los chilenos, recordó la intervención de Estados Unidos en Chile y comentó que era “irónico que la CIA –la misma agencia a la cual le valía nada la independencia de otras naciones– ahora está gritando foul porque sus tácticas han sido imitadas por un poderoso rival internacional”. Sin embargo, dijo que nada justifica que ciudadanos en cualquier lugar deben tener su destino manipulado por fuerzas fuera de la tierra que habitan. Pero, a la vez, señaló que Estados Unidos “no puede, en buena fe, denunciar lo que se le ha hecho a sus ciudadanos decentes hasta que esté listo para enfrentar lo que hizo tan frecuentemente a los igualmente decentes ciudadanos de otras naciones… Si hay un momento para que Estados Unidos se vea al espejo, para reconocer y rendir cuentas, ese momento es ahora”.

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