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sábado, 13 de agosto de 2016

¿Qué sigue siendo válido en Trotsky



Guillermo Almeyra
León Trotsky murió asesinado el 21 de agosto de hace 76 años, y en esos tres cuartos de siglo transcurridos tuvimos que enfrentar desarrollos no previstos ni por él ni por nadie en la izquierda mundial ni en la propia derecha pensante, y la lucha por superar al capitalismo se hizo más larga y tortuosa.
El derrumbe del nazifascismo, en efecto, no condujo a una revolución socialista europea, sino a la reconstrucción del capitalismo europeo con conducción estadunidense. La política de Yalta-Potsdam, de salvaguardia del capitalismo en Europa occidental seguida por Stalin (que se limitó a formar una zona tapón en Europa oriental, manteniendo en el poder a reyes y presidentes capitalistas), revivió también a la socialdemocracia, agente del capital en el movimiento obrero.
De la guerra tampoco salió una Unión Soviética democratizada, y en lucha por el socialismo no hubo el esperado derrumbe del estalinismo. Por el contrario, destruida en las purgas y los campos de concentración árticos, toda oposición socialista revolucionaria fue controlada por los partidos comunistas, el estalinismo frenó y canalizó la voluntad de cambio social de los trabajadores griegos, italianos y franceses y creó enormes partidos conservadores de masas.
Stalin practicó la coexistencia pacífica con los gobiernos imperialistas y eso hizo que las revoluciones democráticas y nacionales de independencia fueran canalizadas, en los países dependientes de Inglaterra, Holanda, Bélgica, Francia, aliados de la Unión Soviética, por direcciones burguesas o de clase media (Gandhi, Nehru, Soekarno, Perón o Nasser) o por partidos comunistas como el chino o el vietnamita allí donde la resistencia al imperialismo japonés (aliado del nazifascismo) transformó a los núcleos comunistas en partidos de masa.
A partir de 1948, con la llamada guerra fría, promovida por el imperialismo estadunidense que se había fortalecido y enriquecido con la Guerra Mundial que no tocó su territorio, inició una reconstrucción profunda y una americanización de Europa occidental (que duró tres décadas) y, al mismo tiempo, un periodo de guerras y matanzas (Corea, Vietnam, asesinato de Lumumba en el Congo, aniquilamiento de medio millón de comunistas en Indonesia, guerras colonialistas francesas en Indochina, Madagascar, Túnez y Argelia).
Los partidos comunistas, en todas partes del mundo, se convirtieron en poderosos instrumentos conservadores del orden y de los gobiernos capitalistas y eso dio espacio a direcciones nacionalistas revolucionarias (Bolivia, 1952; Egipto, 1952; México, con el general Henríquez Guzmán, 1952; Guatemala, 1954; Argelia, 1954-62), y la misma revolución cubana (1957-59) contra la dictadura de Fulgencio Batista, agente de Washington al que el Partido Socialista Popular (comunista) había dado cuatro ministros.
La guerra mundial más atroz hasta hoy conocida no provocó una revolución socialista, aunque acabó con el colonialismo y cambió el mundo. El estalinismo vacunó contra la misma palabra socialista a centenares de millones de personas que creyeron sinceramente que la Unión Soviética, los partidos comunistas o los gobiernos dirigidos por el estalinismo eran socialistas y lo que era una esperanza dejó de serlo. Por último, a partir de los 80 se derrumbó la burocracia soviética, desaparecieron los partidos comunistas de masa y el capitalismo conquistó la ex Unión Soviética, China y Vietnam sin disparar un cañonazo.
En cuanto a la Cuarta Internacional, creada por Trotsky para preservar el socialismo revolucionario prostituido desde el Kremlin, no creció ni fue el núcleo del partido nundial de la revolución socialista, como esperaba Trotsky, aunque en algunos países mantiene pequeños partidos activos en los movimientos de masas. El capitalismo, después de la guerra, creció y se expandió pese a todo, pero desde los 80 entró en una crisis prolongada que amenaza transformarse –si no lo superamos– en una larga degeneración agónica en la barbarie, con catástrofes sociales, económicas y ecológicas jamás vistas.
Pero del marxismo de Marx, Lenin y Trotsky, que lucha por la democracia autogestionaria, los consejos obreros y la revolución para superar el capitalismo, sigue siendo válida la confianza en que los sistemas de explotación y dominación tal como nacen, mueren.
La experiencia y los desastres del siglo pasado enseñan que el internacionalismo es lo único que permite superar un sistema mundial como el capitalismo, y que es indispensable unir la lucha por la democracia social y por la liberación nacional con el combate por la eliminación de la opresión y la dominación de unos pocos sobre casi toda la humanidad.
Esa lucha no pasa solamente por las elecciones y las instituciones estatales, sino que es ideológica y social contra el poder del capital y de su Estado, creando elementos de poder popular o conciencia sobre la necesidad de los mismos.
La independencia política de los trabajadores, la convicción de que no hay salvadores supremos y de que sólo podremos contar con los que conquistemos con la lucha son también legados de Trotsky (y de Lenin y Marx). Las burguesías nacionales y sus agentes capitulan siempre ante el imperialismo. Son los trabajadores los que pueden y deben aportar una solución radical al problema de los campesinos, al desarrollo independiente y contra las trasnacionales.
Es necesario para ello que vayan más allá de su defensa corporativa y esgriman un programa nacional de transformaciones democráticas y sociales en todos los campos, teniendo en cuenta la posibilidad de alianzas internacionales. Si por razones tácticas debiesen en esa lucha combatir junto a movimientos o direcciones nacionalistas burguesas, se debe golpear juntos, pero marchando separados, sin jamás dejar la iniciativa en manos de aliados inseguros y marcando constantemente la diversidad de objetivos finales, para ganar la confianza de los trabajadores al mismo tiempo que se les educa políticamente.

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