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miércoles, 27 de abril de 2016

Cuba y el brujo mayor



José Steinsleger
La Jornada 
Los pueblos se nutren de las raíces que los articulan y sostienen. Pero sin la humedad adecuada, se pudren o resecan, quedando librados a la arbitrariedad de poderes taumatúrgicos o a la espera de milagros y conjuros.
Hacia finales de los siglos XVIII y XIX, Haití y Cuba vivieron gestas independentistas heroicas, aunque desafortunadas. Haití sólo pudo declarar su independencia formal, y Cuba la consiguió plenamente hace 57 años, luego de haber luchado otros 57 contra la república neocolonial, impuesta por Washington en 1902.
En algunas novelas de Alejo Carpentier (El Siglo de las Luces, El reino de este mundo) pueden rastrearse algunas claves de la tragedia de Haití. Y en José Martí, junto con Rubén Darío, la génesis del pensamiento de Fidel, nacido en el año del gran ciclón (1926). Pues si Martí exaltó el potencial soterrado de las muchas Españas: No se infame la República española / no detenga su ideal triunfante, Darío nos liberó del lenguaje cortesano y perifrásico: Eres los Estados Unidos / eres el futuro invasor.
En 1953, con el ataque al cuartel Moncada, Fidel recogió el guante de la América triétnica, que el apóstol había perdido en Dos Ríos (1895). Y 60 años atrás, en el puerto mexicano de Tuxpan, se puso al frente de un contingente de argonautas ajenos a esa tramposa noción de seguridad, condicionada por él para ser conservada.
Hombres que no iban tras el vellocino de oro ni marineros con GPS o teléfonos inteligentes. Los combatientes del Granma iban por la independencia de Cuba. Entonces los dioses se enojaron. Al cabo de pocas horas de navegación, en mar abierto, el Che los vio así en aquella aventura más verídica que la narrada por Homero: hombres con la angustia reflejada en el rostro, agarrándose el estómago. Unos con la cabeza metida dentro de un cubo y otros tumbados en las más extrañas posiciones, inmóviles, y con las ropas sucias por el vómito (Pasajes de la guerra revolucionaria).

Ya en la Sierra Maestra, Fidel aseguró a un periodista australiano que antes de finalizar el año sería un héroe o un mártir. Pero sus hombres, habrá que reiterar una y otra vez, no andaban evangélicamente solos. Un pueblo los esperaba. Años después, Max Lesnik, su amigo de juventud, manifestó que siempre había visto a Fidel como un cohete disparado al espacio, que estallaba en el firmamento o llegaba a su objetivo.
El comentario de Lesnik figura en Los que se quedaron / Los que se fueron (Casa Editora Abril, La Habana, 2008), libro del periodista cubano Luis Báez, con entrevistas a personajes que antes de la revolución eran muy populares en Cuba. A Enrique Núñez Rodríguez (famoso guionista de teatro, radio y televisión), Báez preguntó: ¿Ha creído siempre en Fidel?

–No siempre creí en Fidel.
–¿Por qué?
–Pensé que era una locura lo del Moncada. Él tuvo la razón. Estimé que la lucha contra el ejército era imposible para un grupo de jóvenes. Él tuvo la razón. Consideré que era una locura intervenir las empresas yanquis. Él tuvo la razón. Di por cierto lo de Adlai Stevenson, el embajador estadunidense en las Naciones Unidas, cuando afirmó que eran aparatos cubanos los que bombardearon nuestras bases aéreas horas antes de la invasión de Playa Girón. Fidel dijo que eran aviones yanquis. Él tuvo la razón. Cuando la Crisis de Octubre valoré que Fidel debía ser más flexible para evitar una confrontación nuclear. Fidel se mantuvo en la línea de la dignidad. Él tuvo la razón.
–¿Y ahora?
–A partir de entonces prefiero que sea él quien piense. Es lógico que tenga más razón que quien, como yo, se ha equivocado tantas veces.

Creo que la fuerza y el impacto del pensamiento antimperialista de Fidel surgió de la inversión del canon sin teoría revolucionaria no hay revolución. Porque en América Latina siempre ha sido azaroso juntar a los que se comprometen políticamente frente al sufrimiento cotidiano de nuestros pueblos, con los teóricos que sólo parecen ideológicamente motivados.
Algún observante dirá con celo: Fidel siempre fue socialista, revolucionario. Arrestos tautológicos que no alcanzan a explicar por qué, cientos de millones de personas que no lo son, le han prodigado al líder de la Revolución cubana admiración, reconocimiento y respeto.

Arcadio Calvo (1916-87) fue otro de los entrevistados en el libro de Báez. Gran brujo babalao de Guanabacoa, Arcadio viajaba con frecuencia a Miami para visitar a sus hermanos. Como es sabido, los brujos son muy perspicaces. Hasta que un día, Arcadio descubrió que los santos hechos fuera de Cuba habían sido estafados. Báez le preguntó cuál era la razón.
El brujo respondió: “Es muy sencillo. Si tengo los ‘fundamentos’ aquí, ¿qué santo pueden ponerte en la cabeza en Estados Unidos? Sus secretos se quedaron aquí, en Cuba. Nadie puede llevárselos a otro lugar… Porque, ¿de dónde son tus caracoles? A ver, dime: ¿de dónde? ¿Dónde están tus piedras? ¿Dónde están los huesos de tus muertos? A ver, dime”.
Texto leído en el foro El pensamiento antimperialista de Fidel Castro y el restablecimiento de relaciones entre Cuba y Estados Unidos, Casa Lamm, Ciudad de México, 25 de abril de 2016

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