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domingo, 24 de abril de 2016

Algo anda podrido en Brasil



Gustavo Gordillo/III
La Jornada
Antes de embarcarnos en el lodo de la política brasileña en necesario contextualizar.
El Partido de los Trabajadores. El PT nace en 1980 después de la exitosa huelga de los trabajadores del cinturón industrial de São Paulo en 1978-79 (en plena dictadura militar). Después de tres sucesivas derrotas en las elecciones presidenciales Lula alcanza la presidencia del país, primero en 2002 y después en 2006. Dilma Rousseff gana en 2010 y nuevamente es electa por más de 50 millones de brasileños en 2014.
La transformación brasileña. En poco tiempo Brasil se convierte en la séptima economía mundial. Las inversiones extranjeras directas se incrementan, en términos absolutos, de 24 a 62 mil millones de dólares. La deuda externa que representaba 45 por ciento del PIB en 2003 se reduce a 14 por ciento en 2013. En 2005 la pobreza en Brasil abarcaba 36.4 por ciento de la población, dato que se reduce a la mitad para 2012 (18.6 por ciento). El índice de Gini se reduce de 59 en 2001 a 53 en 2011; una mejora a pesar de la cual Brasil sigue siendo uno de los países más desiguales a escala mundial.
Los tres programas estrella. Bolsa Familia, el programa de transferencia condicional de liquidez a las familias más pobres inaugurado a finales de 2003; el Programa de aceleración del crecimiento introducido en 2007 para expandir y modernizar las infraestructuras del país, y la ampliación del crédito al consumo de las familias más pobres de parte del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social en el segundo mandato de Lula.
¿Qué pasó entonces?
Primero. La fuente fundamental de ingresos externos, las materias primas, se desplomó afectando el crecimiento de la economía, disparando la inflación y la tasa de cambio e impactando el nivel de ingreso, sobre todo de las nuevas clases medias.
Segundo. El disfuncional sistema político brasileño que es mayoritario con énfasis proporcional. Para elecciones presidenciales, es mayoritario a dos vueltas. Para senadores es mayoritario a una vuelta. Para diputados locales y federales es proporcional en lista cerrada no bloqueada. Todo converge para generar una enorme fragmentación de partidos políticos. Treinta partidos con representación en el Congreso. Ninguno ha contado desde el regreso a la democracia en 1985, con una mayoría simple por sí solo. Todos han tenido que gobernar en coalición. El PT como partido en el gobierno cuenta con menos de cien de los 513 diputados.
La corrupción. El diseño institucional favorece también coaliciones frágiles. Las dos formas de desarrollarlas ha sido distribuir puestos gubernamentales entre los miembros de la coalición. El esquema como se aprecia bien favorece la corrupción. La corrupción es el lubricante que permite que el sistema funcione.
El estado actual de la corrupción en Brasil. Hay varios procesos judiciales en marcha. Los dos más comentados en los años reciente el mensalao –una nómina ilegal con dinero triangulado entre el gobierno y sector privado que implica a casi todo el Congreso–, y el Lava Jato –literalmente lavado a presión– ligado a la empresa estatal Petrobras. Pero hay juicios en marcha por financiamiento ilegal de campañas. Casi todos los principales dirigentes políticos incluyendo los líderes de las dos Cámaras y casi todos los dirigentes partidistas están implicados.
¿Y Lula y Dilma? A la presidenta la acusan de maquillar cifras presupuestales –como lo han hecho todos los presidentes de Brasil. A Lula aún no se sabe si lo acusarán de dos presuntos delitos relacionados con un apartamento y un predio agrícola de su propiedad.
Tres preguntas. ¿Se puede mantener la estabilidad de un sistema presidencial con pluralidad de partidos?
¿Es posible para las izquierdas construir un camino intermedio entre el cinismo del poder y una política testimonial?
¿Cómo afrontar mejor la corrupción y la impunidad?
Twitter: gusto47

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