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lunes, 21 de marzo de 2016

El enemigo externo



Jorge Durand
La apuesta de Donald Trump de empezar su campaña política denunciando a México como culpable de enviar a gente que tiene muchos problemas, traen drogas y son violadores es un mecanismo cada vez más recurrente entre los políticos contemporáneos.
El enemigo no es de adentro, viene de fuera, es extranjero y es la causa de todos los males. Este tipo de políticos se autopropone como el salvador, como el líder capaz de defender los intereses fundamentales de la nación, la cultura, la familia.
Es una salida fácil, pero efectiva. Es mucho más redituable generar miedo que esgrimir razones. Con el miedo se activan las fibras más primitivas del ser humano. La desconfianza se agudiza cuando se señala al posible enemigo de diferente, distinto, de otra raza, origen o nacionalidad. Para decirlo en inglés, un alien. Peor aún, ilegal alien.
Estos dispositivos han dado resultado en muchos contextos políticos. Se trata de poner a rodar el mecanismo típico de las leyendas urbanas que, como diría Richard Dorson, se trata de una historia moderna de la que no hay evidencia que haya sucedido, pero que se cuenta como si fuera cierta.
Trump supone que entre los mexicanos que radican en Estados Unidos algunos serán buena gente, pero a la mayoría se les puede considerar personas problemáticas, traficantes, violadores. Y para confirmarlo cita a una fuente confiable para el público al que se dirige: yo hablo con agentes de la frontera y me cuentan lo que hay.
Obviamente hay mexicanos que son traficantes y otros tantos que han sido acusados y condenados por violadores, pero este problema no es exclusivo de los mexicanos. Hay traficantes y violadores estadunidenses, sean estos blancos, negros, hispanos, asiáticos, judíos, musulmanes, católicos o protestantes. Pero lo relevante de la denuncia de Trump es que los traficantes y violadores son extranjeros, que el peligro viene de fuera.
Recordemos lo que se decía de Andrés Manuel López Obrador, que era un peligro para México, y uno de los argumentos principales era la supuesta relación con Venezuela y el gobierno de Hugo Chávez. No importa que fuera cierta o falsa, lo importante era que se viera como posible y que infundiera miedo. Lo mismo sucedió con el gobierno de Manuel Celaya en Honduras, donde una de las justificaciones del golpe de Estado fue su relación con Hugo Chávez y el peligro que suponía para la oligarquía y los intereses de Estados Unidos.
Este mismo mecanismo ha sido activado en Europa. El escándalo de la fiesta de Año Nuevo en Colonia, Alemania, fue sobredimensionado porque los acosadores, rateros y violadores eran extranjeros solicitantes de refugio. Muy posiblemente hubo acoso, robo y violación en otros lugares y con otros protagonistas. Pero en este caso se destaca que eran árabes o norafricanos.
La señora Angela Merkel reaccionó de manera inmediata y dijo que hay que localizar a los culpables rápidamente para castigarlos, sin tener en cuenta su origen o circunstancias. Pero el daño mediático ya está hecho y los partidos de derecha, antieuropeos y antinmigrantes tomaron nota inmediatamente del suceso. La factura se la cobraron en las recientes elecciones donde el voto de castigo se hizo presente en Renania-Palatinado, Baden-Württenger y Sajonia-Anhalt.
La, hasta hace poco, generosa política de asilo de Alemania y de Suecia, especialmente con los sirios y los que califican de refugiados, no cuenta con respaldo popular y es buen caldo de cultivo para generar miedo al extranjero. La prueba la tienen todos a la vista en los sucesos de Colonia durante la noche vieja de 2015: los rateros, acosadores y violadores eran de origen extranjero.
Como quiera, no todo es negro en Europa y menos aún en Francia, donde la diversidad es un hecho irrefutable que avanza a pasos agigantados, pero que paradójicamente no ha podido desterrar totalmente el racismo. Valdría la pena señalar que Manuel Valls, primer ministro francés, nació en Cataluña, España. Su padre era español y su madre suiza. Nació en Barcelona porque su padre, que era inmigrante y vivía en Francia, quería que su hijo fuera español. Su condición de español de nacimiento no ha sido óbice para que pueda acceder a un puesto tan alto. Algo similar sucede con Anne Hidalgo, elegida alcaldesa de París, nacida en Cádiz, España.
La condición de nacido en el extranjero de Valls e Hidalgo no fue un argumento electoral esgrimido por sus contrincantes. Tampoco fue impedimento el origen marroquí de la ministra de Educación Najat Vallaud-Belkacem y el origen coreano de la ministra de Cultura y Comunicación Fleur Pellerin para ocupar esos cargos.
Pero, curiosamente, sí ha generado conflicto la elección de la que fuera ministra de Justicia Christiane Taubira, francesa de nacimiento, nacida en Guyana, territorio de ultramar. Su problema fue el color de piel. De ella dijo una candidata del Frente Nacional a unas elecciones municipales que prefería que ande subida por los árboles a verla en el gobierno.
Tampoco podemos hablar de que no existan avances en Estados Unidos, a pesar del racismo explícito de Trump en contra de los extranjeros. Incluso en el Partido Republicano se ha expresado la diversidad con un candidato negro, el doctor Ben Carson, y dos hispanos, Ted Cruz (nacido en Canadá e hijo de padre cubano) y Marco Rubio, hijo de cubanos.
La tolerancia a la diversidad de orígenes y los avances en cuanto a derechos políticos de las minorías y los inmigrantes nacidos en el extranjero forman parte fundamental de la vida contemporánea de muchos países y constituyen la avanzada en contra del racismo de ayer y de hoy.
En espera que no sea de siempre...

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