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domingo, 27 de septiembre de 2015

El Papa en Cuba: El dinero y la guerra

Por Javier Rodríguez*

La Habana (PL) La visita del Papa Francisco a Cuba, un verdadero acontecimiento mundial, mostró con claridad meridiana ante un pueblo inmerso en una histórica batalla por su futuro el pensamiento del Sumo Pontífice sobre temas que no sólo tocan a la iglesia católica, sino a los creyentes y a los no creyentes y a toda la Humanidad en el actual momento vivido por el planeta. El destacado visitante, recibido con afecto y respeto por muchos miles de personas asistentes a la bienvenida en su recorrido por tres provincias del país antillano, quiso hablar directamente sobre cuestiones tan importantes como las obligaciones de la iglesia en el mundo, la vocación que debe tener especialmente con los pobres, la necesaria unidad de quienes piensan diferente y el papel de Cuba en el contexto internacional.

Serena, pero firmemente, se refirió a asuntos tan sensibles como la pérdida de valores por parte de los adoradores del dios dinero dispuestos por su ambición a convertir la Tierra en un verdadero infierno y sentenció la necesidad de terminar con "la III Guerra mundial por etapas que estamos viviendo".

En realidad no fueron éstas opiniones sin un sustento verdadero o expuestas al calor del contacto con el afecto mostrado por los cubanos durante su estancia en el país.

El Papa, como lo argumentó en sus pronunciamientos, está consciente de situaciones tan perversas como las guerras desatadas en África y el Medio Oriente, cuya razón fundamental es el deseo de apoderarse de las riquezas existentes en esos territorios y sojuzgar políticamente a gobiernos e instituciones.

Los que rinden pleitesía a ese dios dinero mostraron ya como pueden ser destruidas naciones enteras mediante el uso de la fuerza, hacer trizas su institucionalidad, dividirlas incluso en partes irreconciliables, ocuparlas militarmente y causar los mayores dolores a sus habitantes. Conocen perfectamente la tragedia vivida actualmente por millones de refugiados, expulsados de sus tierras por el conflicto armado o por el hambre y hasta rechazados por los mismos gobiernos y Estados que llevan a cabo sus agresiones, pero ello no los conmueve.

El drama de los hombres, mujeres y niños que emprenden cada día huidas sin destino, mueren en las aguas del Mediterráneo o son rechazados por los gobiernos europeos, representa uno de los problemas mayores provocados por esa III Guerra Mundial señalada por el Papa.

Pero también lo constituyen los defensores de los bloqueos y otras acciones punitivas contra países celosos de su independencia y soberanía, constructores de un futuro distinto, como es el caso de Cuba.

El Obispo de Roma no dejó de citar el pensamiento martiano durante su estancia en la isla caribeña e hizo énfasis en su deseo de respaldar, como lo hizo el Apóstol, una sociedad para todos y por el bien de todos.

Es difícil encontrar una definición más clara del papel jugado por Cuba actualmente en el mundo que la expresada por Francisco en esta ocasión:

Se trata de un archipiélago que mira hacia todos los caminos, con un valor extraordinario como llave entre el norte y el sur, entre el este y el oeste y con vocación de punto de encuentro para reunir a todos los pueblos en amistad, según soñó José Martí.

Nada más exacto si se analizan la solidaridad hecha acción por los cubanos tras el triunfo de su Revolución y los esfuerzos integracionistas convertidos en realidad, por ejemplo, en las organizaciones logradas para agrupar a los Estados latinoamericanos y caribeños.

Durante los días de su visita, el Obispo de Roma pudo constatar muchas virtudes del pueblo cubano, forjadas mediante el esfuerzo y la lucha durante las generaciones vividas bajo el influjo de la revolución triunfante.

Su atención sobre ellas la llamó a su llegada el presidente Raúl Castro al explicarle al Papa que los cubanos aman profundamente la Patria y por ella son capaces de realizar los más grandes sacrificios, guiados por el ejemplo de los próceres de Nuestra América.

El Pontífice no sólo pudo asomarse a tal panorama sino que consideró válido ratificar sus orientaciones sobre las características que debe tener el trabajo de la iglesia especialmente virada hacia los pobres.

Quiero una iglesia para acompañar la vida, sostener la esperanza, comprometida con la cultura y la sociedad, con el corazón y los ojos abiertos para compartir gozos y alegrías, esperanzas y frustraciones, visitar al enfermo, al preso, a quien llora y a quien sabe reír, subrayó.

Y para completar la descripción dijo a obispos, sacerdotes, monjas y seminaristas:

Nuestra revolución pasa por la ternura, por la alegría que, convertida siempre en projimidad y compasión, nos hace salir de las casas para servir en la vida de los demás.

Sus pronunciamientos a los jóvenes exhortaron, entre otras cosas, a la necesidad de rehuir los "conventillos" ya sean religiosos o políticos para facilitar la necesaria unidad y les reclamó hacer un esfuerzo para marchar juntos incluso con quienes piensan diferente, prefiriendo siempre los temas que unen.

El deber religioso de servir a los más necesitados, a quienes tienen menos recursos, fue subrayado ante una sociedad que vive una revolución profunda definida desde muy temprano como la de los humildes, por los humildes y para los humildes, propósito sostenido durante toda su existencia.

* Periodista de la Redacción Nacional de Prensa Latina.

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