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miércoles, 19 de noviembre de 2014

Emigrar desde la pobreza



Carlos Ayala Ramírez
Adital

Desde la realidad salvadoreña, se reconocen dos visiones opuestas en torno a la emigración. Si se acentúa el aspecto económico, esta es vista como muy positiva porque abre oportunidades laborales, genera ingresos y constituye, a través de las remas, una fuente importante de divisas. En 2012 el país recibió cerca de 4 mil millones de dólares en concepto de remesas. Por el contrario, desde una perspectiva social, es denunciada como un mal, porque altera las estructuras y dinámicas familiares, pone en riesgo la identidad nacional y genera nuevas dinámicas críticas, incluyendo las delictivas.
Según el Informe de Desarrollo Humano El Salvador 2013, el país es una de las naciones del mundo con mayor porcentaje de su población que reside fuera de su territorio. Las estimaciones gubernamentales indican que habría cerca de 9 millones de personas nacidas en El Salvador, de las cuales 6.2 millones habitan en el país y alrededor de 2.8 millones fuera. Se estima que más del 85% residen en los Estados Unidos, cerca del 5% en Canadá, mientras que el resto se encuentra disperso en América Latina, Europa y Australia. Los emigrantes a Estados Unidos envían en promedio a sus familias un 13% y un 14% de los ingresos totales que generan. El saldo migratorio neto para la década 2000-2010, fue de 619,415, y el promedio anual de migración para esa misma década fue de 61,942. La tendencia en los últimos años sigue siendo al alza y no parece que pueda revertirse ni siquiera a mediano plazo. Con ironía se suele decir que antes la economía del país se sustentaba en la exportación de café, ahora se sostiene con la exportación (expulsión) de personas.
Pero más allá de las cifras, el informe de las Naciones Unidas destaca las causas por las que los salvadoreños emigran. Enunciemos y expliquemos la más determinante en el mundo de los pobres. La emigración es una estrategia recurrente para aquellos en situación de carencias. Aunque según el discurso dominante la decisión de emigrar es motivada por el "sueño americano”, lo cierto es que, al menos en buena parte de la población pobre, dicha decisión, además de ser muy difícil, es concebida como la única opción, en el sentido de que se adopta cuando ya no hay más alternativas de sobrevivencia. Las personas se ven presionadas u obligadas a cambiar su lugar de residencia, debido a que sus vidas, su integridad física o su seguridad se ven amenazadas por la precariedad económica o por la violencia generalizada. A esto se le denomina una "elección trágica”, que se reafirma cuando las personas proyectan a futuro su condición de vida en un país distinto al propio. Para muchos la emigración es precisamente el obstáculo para lograr la felicidad, porque implica una ruptura no deseada con la familia.
Pero no solo eso, es también una elección trágica por los peligros que supone un viaje en condiciones de indocumentado: riesgo creciente de ser victimizados por las pandillas y carteles de narcotraficantes que controlan varias rutas de tránsito, dificultades para encontrar trabajo y el permanente riesgo de ser deportado en cualquier momento. Por otro lado, la decisión de emigrar implica altos costos económicos. Hay familias que incluso venden parte o la totalidad de su patrimonio (casa, terreno, animales, etc.), ya que el viaje puede rondar por los 6 mil dólares, cantidad sumamente alta para una familia pobre. Todo el sacrificio realizado tiene una sola meta: "sacar adelante a la familia”.
Ahora bien, la gran diferencia entre el país de origen y el de destino radica en la posibilidad de encontrar un trabajo acorde a las expectativas, principalmente en cuanto a estabilidad y remuneración. Se calcula que el ingreso promedio mensual de los trabajadores salvadoreños en los Estados Unidos, es 8 veces superior al ingreso promedio de la población ocupada en El Salvador. En consecuencia, desde la pobreza, la emigración se concibe como una estrategia familiar, es decir, su fin es potenciar las posibilidades del grupo primario y no solamente la de la persona que se va.
Por otra parte, estudios recientes dan cuenta del aumento dramático de niños, niñas y adolescentes emigrantes indocumentados, provenientes de los tres países del Triángulo Norte de Centroamérica (Guatemala, Honduras y El Salvador). El Departamento de Seguridad Nacional de los Estados Unidos estima que, para 2014, el número de menores de esos tres países que serán referidos al sistema de inmigración puede ascender a unos 60 mil, lo que representa un aumento de casi 160% respecto del año 2013, y más de 14 veces el número de niños retenidos en el año 2011. En El Salvador la emigración de menores ha aumentado a tal grado que, según datos oficiales, el 5% de todos los salvadoreños en 2013 eran menores, en comparación con el año 2011, en que los menores repatriados representaron un 3% de todas las deportaciones.
Esas investigaciones también señalan que la condición de migración indocumentada produce un impacto profundo en la psicología y la identidad de los menores: desubicación, desenraizamiento, y la experiencia de verse expuesto a experiencias traumáticas y de explotación. Fue frente a ese drama que el papa Francisco hizo un llamado de atención sobre las decenas de miles de niños que emigran desde Centroamérica y desde México. La emergencia humanitaria, sentenció, debe implicar ser atendidos y protegidos. Asimismo, manifestó que es "necesario un cambio de actitud hacia los emigrantes y refugiados por parte de todos. Pasar de una actitud de defensa y de miedo, de desinterés o de marginación (…), a una actitud que tenga a la base la cultura del encuentro, la única capaz de construir un mundo más justo y fraterno, un mundo mejor”.
En suma, la emigración desde la pobreza pone de manifiesto la naturaleza excluyente del sistema económico. Este pone a los emigrantes al margen de sus propias sociedades (negándoles derechos fundamentales), para después expulsarlos hacia la búsqueda de mejores condiciones de vida. Esta dinámica perversa solo puede ser revertida, cuando se implemente un modelo de desarrollo que coloque a las personas en el centro de su preocupación, invirtiendo en la expansión de sus capacidades para ampliar y posibilitar opciones de vida digna. Este es ahora mismo uno de los retos fundamentales que tienen los Estados, donde se producen los caudales de emigración humana.
*Una colaboración para el reportage #MigrantesAdital

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