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sábado, 29 de noviembre de 2014

A pueblos tradicionales se les prohíbe utilizar recursos naturales con leyes de protección ambiental



Marcela Belchior
Adital

En la Isla de Bananal, la mayor isla fluvial el mundo, situada en el Estado de Tocantins (norte brasilero), y cercada por los ríos Araguaia y Javaés, a los pueblos indígenas que viven en un territorio reconocido se les prohíbe cazar, pescar y retirar paja de coqueros para construir su vivienda y realizar rituales. Es que parte del área está también reglamentada por ley como Unidad de Conservación, que cohíbe cualquier tipo de uso directo de la fauna, la flora y otros recursos naturales. Ante la incompatibilidad aplicada a esos tradicionales maestros del manejo sustentable, los indios han sufrido la situación de no poder garantizar simples actividades de subsistencia para sus comunidades.
Quien relata el caso es Sara Sánchez, miembro de la coordinación de la regional Goiás/Tocantins del Consejo Indigenista Misionero (Cimi). En entrevista con Adital, ella afirma que órganos como el Instituto Brasilero de Medio Ambiente y de Recursos Naturales Renovables (Ibama) y el Instituto Chico Mendes de Conservación de la Biodiversidad (ICMBio) han cohibido las actividades tradicionales de las aldeas, específicamente en la región del tercio norte de la isla, donde se sitúa el Parque Nacional del Araguaia (PNA), en un área equivalente a 562 mil hectáreas.
Los pueblos indígenas javaés, carajás y avá-canoeiros vivían, desde la aprobación de la Constitución Federal de 1988, en un territorio integralmente indígena, cuando fueron retirados poseedores de tierra y otros no indígenas de la isla. En los últimos años, sin embargo, las circunstancias cambiaron. La superposición del territorio indígena y el área de conservación ambiental (el PNA) viene afectando la vida de esa población, generando un verdadero impasse entre organizaciones conservacionistas y defensores de los derechos humanos.
La pesca representa la principal actividad económica y fuente de proteína de la dieta alimentaria en las aldeas de la región. Con la venta de pescado, las familias adquieren dinero para comprar productos básicos, como aceite, arroz, café y azúcar. Sin embargo, practicar la pesca con fines comerciales es, desde el punto de vista jurídico, incompatible con los objetivos de un parque nacional.
La pesca es la principal actividad económica y alimento de la población de la Isla de Bananal. Foto: Reproducción.
Sara se posiciona: "el Cimi defiende que es una tierra indígena, que se relaciona con el medio ambiente, hace la protección de la floresta, de los ríos, de los bosques y de los lagos. Todo lo que ellos hacen es a través del manejo sustentable, sin depredar el medio ambiente”, afirma. "El argumento de las organizaciones es la protección ambiental. La protección ambiental ya es realizada por los propios indígenas que cuidan la tierra. Estos impasses deben tener intereses políticos, porque si no, ¿qué otra cosa es?”, indaga la representante del Cimi.
"Sabemos que es importante el trabajo del Ibama de protección ambiental. Sólo que, en este momento ellos dejan de hacer ese trabajo. Precisan evitar licencias de deforestación y de incineración. Tienen que cuidar haciendas degradadas, pescadores clandestinos que depredan la isla, el monocultivo que chupa el agua del río y la contamina con productos químicos del cultivo”, destaca Sara. La cuestión, para ella, deja de ser sólo ambiental para ser un caso de violación de derechos humanos.
Contexto mundial
Tal impasse entre territorios de pueblos aborígenes y áreas de conservación no ocurren sólo en Brasil. Casos como éste se observan a nivel mundial. En el informe reciente, titulado "No hay parques sin pueblos”, lanzado durante el Congreso Mundial de Parques, realizado en Sydney (Australia), en noviembre de este año, la organización de derechos humanos Survival International muestra que casi todas las áreas protegidas son (o fueron) el hogar ancestral de pueblos indígenas, que dependen de esas tierras y las han manejado por milenios. Sin embargo, en nombre de una supuesta conservación, pueblos indígenas y tribales estarían siendo ilegalmente expulsados de esas áreas, acusados de "hurtadores”, por cazar para comer; estarían además enfrentando detenciones, golpizas, torturas y muerte por parte de patrullas "anti-robos”, se señala desde la organización.
"A pesar de que los pueblos indígenas han sido expulsados, los turistas, e incluso en algunas ocasiones los cazadores que pagan por practicar la caza mayor [modalidad de élite que es cada vez más demandada por extranjeros, en busca de animales como jabalí, corzo, venado y muflón], son bienvenidos en estas zonas”, destaca la organización.
De acuerdo con Survival, que actúa en favor de la autodeterminación de pueblos indígenas y pueblos aislados, muchas de las mayores organizaciones conservacionistas del mundo están involucradas en este tipo de práctica. Estaría implicada, por ejemplo, laWorld Wide Fund For Nature (WWF), creada en 1961 y que dice actuar en varios países por la conservación de la diversidad biológica mundial, con la garantía de sustentabilidad de los recursos naturales renovables y la promoción de la reducción de la contaminación y del desperdicio.
Otra organización que estaría involucrada en la expulsión de los pueblos aborígenes sería la United for Wildlife, creada por la Fundación Real del Duque y Duquesa de Cambridge y del Príncipe Harry, los herederos de la Familia Real británica. Según Survival, la organización no reconoce los llamados para respaldar los derechos de los pueblos indígenas de vivir en sus tierras tradicionales y de cazar para alimentarse.
Casos en varias partes del globo
Citando casos recientes de expulsión de pueblos aborígenes, Survival señala el caso de los Bayaka, pueblo perteneciente a las tribus pigmeas que viven en selvas de la región sur-oriental de la República de Camerún, de la zona aldeana de República del Congo, de la República Centroafricana y de Gabón. Otros pueblos que estarían sufriendo los desalojos serían los cazadores bosquimanos, de Botswana, que enfrentan restricciones en sus tierras ancestrales, en la Reserva de Caza del Kalahari Central del país. Ellos dependen de la caza de subsistencia para alimentar a sus familias y la práctica fue prohibida sin ningún tipo de política de compensación.
Con el mensaje "Cazadores, no furtivos", los pueblos aborígenes de Botswana reclaman convivencia con el medio ambiente. Foto: Survival Internacional.

En India, integrantes de una tribu que vive dentro de una reserva de tigres fueron forzados a abandonar, en 2013, su tierra ancestral en nombre de la "conservación” de los animales, aunque no haya ninguna evidencia de que ellos causen algún tipo de daño a la fauna de la región. Hoy, ellos viven en condiciones miserables, albergados en refugios improvisados con plástico.
Pueblos autóctonos no pueden entrar en la Reserva de Tigres de Khana, en India, donde fue su hogar por incontables generaciones. Foto: Survival Internacional.
Para Survival Internacional, los pueblos indígenas y tribales son los mejores conservacionistas y guardianes del mundo natural. Según la organización, el actual modelo de conservación necesita un cambio radical. "La conservación debe ajustarse al derecho internacional, proteger los derechos territoriales de los pueblos indígenas y tribales, preguntarles qué ayuda necesitan para proteger sus tierras, escucharlos y estar preparada para respaldarlos tanto como sea posible”, defiende la organización.
"Cada día los conservacionistas gastan millones, sin embargo el medioambiente está en una crisis cada vez más profunda. Es hora de despertar y darse cuenta de que hay otro camino (...). En primer lugar, los derechos de los pueblos indígenas y tribales tienen que ser reconocidos y respetados. En segundo lugar, tienen que ser tratados como los mayores expertos en la defensa de sus propias tierras. Los conservacionistas deben darse cuenta de que ellos son los socios menores en esta causa”, afirma Stephen Corry, director de Survival Internacional.

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