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miércoles, 22 de octubre de 2014

Brasil: Dios y el diablo en la tierra del sol



José Steinsleger
Remedando al inolvidable cineasta Glau­ber Rocha, faltan pocos días para saber si el dragón de la maldad con siete cabezas (banqueros, latifundistas, empresarios, tecnócratas, poder mediático, narcos, sectas religiosas) revertirá el proceso de cambios y justicia social más profundo y prolongado que ha vivido Brasil, desde los tiempos de Getulio Vargas y Joao Goulart (1951-64).

¿Se inclinarán los brasileños en favor de sus explotadores, representados hoy por el candidato del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), Aécio Neves? ¿Darán las espaldas a los avances logrados en 12 años de gestión presidencial por el Partido de los Trabajadores (PT) de Lula Da Silva y Dilma Rousseff (6/10/02)?

Cuando el sociólogo y olvidadizo teórico de la dependencia Fernando Henrique Cardoso (PSDB) ganó la presidencia en 1995, la tasa de pobreza extrema era de 15 por ciento. Ocho años después, al concluir su doble mandato, el indicador estaba exactamente en el mismo lugar. Pero con Lula y Dilma bajó a 5.29 por ciento, y la pobreza relativa de 36.4 a 18.6 por ciento, según la Cepal.

Los estudios poblacionales de Brasil demuestran, sin excepción, los avances de la última década. Cambios que movilizaron a millones de familias pobres con subsidios, aumentos sostenidos del salario mínimo, caída del desempleo, disminución de la desigualdad, construcción de viviendas populares, acceso a la salud y a los tres niveles de educación, con baja inflación, relativa estabilidad y mayor politización.

Para el ex franciscano y referente de la teología de la liberación Leonardo Boff, los tres gobiernos del PT fueron una suerte de revolución democrática y pacífica, simbolizada por la llegada al gobierno de “…otro sujeto histórico y distinto del que gobernó Brasil durante siglos: los movimientos sociales” ( Página 12, Buenos Aires, 5/10/14).
“A pesar de ser capitalista –dijo Boff–, ese proyecto encontró la forma de aplicar políticas públicas con crecimiento e inclusión social… Mientras en la zona euro la crisis neoliberal dejaba 102 millones en la calle y los salarios a la baja, aquí, en Brasil, los salarios aumentaron 70 por ciento más que la inflación desde 2005”. Fenómeno que la revista The Economist, con hipócrita flema British, prefiere silenciar.

Hace pocos días, frente a la despiadada y mentirosa campaña de desinformación mundial, Lula manifestó: “como si no bastara la prensa brasileña (para apoyar a Neves), vi la revista The Economist pidiendo votos para el adversario de ella (Rousseff). Es la revista más importante del sistema financiero internacional, de los bancos, de los ladrones”.

De su lado, el investigador Vinicio Lima, de la Universidad de Brasilia, comentó: Considero que los grandes medios, o medios grandes, son pautados por un superditor. Digo superditor porque tienen la misma perspectiva editorial. Hay días en que las tapas de los diarios traen el mismo título, escrito con las mismas palabras. ¿Por qué lo hacen? Porque en realidad son el principal partido opositor al gobierno de Dilma Rousseff.

Lima subraya que los medios “…desinforman en conjunto sobre escándalos que afectan al gobierno y omiten las informaciones sobre las políticas oficiales exitosas. Anunciaron que el Mundial iba a ser un fracaso, y la realidad demostró lo contrario… Ahora acontece lo mismo con los números de la economía, anticipando que el año será una catástrofe, pero la verdad es que tenemos casi pleno empleo y el salario sube”.

Con otro estilo, el director de Le Monde Diplomatique en español, José Natanson, reconoce el acceso de millones a bienes durables que hasta hace poco resultaban prohibitivos, así como la “…mejora de la calidad de vida puertas adentro de sus casas, garantizando un piso mínimo de ingresos”. Subraya, de paso, los peros fuera del hogar: transporte público calamitoso, servicios de educación y de salud sobrepasados, y una crisis de seguridad (21.8 homicidios por cada 100 mil habitantes) que cuatriplica la de Argentina o Chile, y se dispara a niveles de guerra civil si se considera a los brasileños jóvenes, pobres y negros.

Lo cierto es que una encuesta reciente hecha por una consultora estadunidense revela que en los últimos dos años las instituciones de prensa de Brasil (donde seis familias controlan unos 500 medios) perdieron 10 por ciento de credibilidad.

No es poco, en fin, lo que se juega en el país que ocupa el quinto y octavo lugares en extensión territorial y peso de su economía en el mundo. Y en proyección subregional, el resultado de los comicios presidenciales compromete, desde ya, los esfuerzos mancomunados que al empezar el siglo rencauzaron Hugo Chávez, Lula da Silva, Néstor Kirchner, Rafael Correa y Evo Morales, en pos de una América Latina unida, independiente y soberana.

Sin embargo, nada está escrito. Y, como dijo Fidel, nada es irreversible. Por consiguiente, la premisa de que en elecciones libres y democráticas las derechas son por definición derrotadas frente a los candidatos de gobiernos populares o revolucionarios queda en suspenso. Hasta que en las últimas horas del domingo entrante, a boca de urna, los resultados canten la verdad.

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