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domingo, 20 de abril de 2014

García Márquez, Semana Santa y la farandulización de la muerte

Patricia Barba Ávila


"Si uno no crea, es cuando le llega la muerte". Gabriel García Márquez (1927-2014)


Ayer como hoy, sacarle jugo a la muerte fue y ha sido una de las especialidades de los vividores de la religión y la política. En este tenor, el pasado jueves de Semana Santa, al tiempo que un sinnúmero de católicos locales y extranjeros se preparaban para "disfrutar" de la representación de la pasión de Cristo, uno de los espectáculos más lucrativos para gobierno e iglesia --que para la que suscribe, son lo mismo-- murió el escritor colombiano Gabriel García Márquez, figura extraordinaria de la literatura latinoamericana y también hombre polémico y singular.

Un amplio abanico de expresiones rimbombantes y lugares comunes saturaron los espacios televisivos y radiofónicos en relación con el deceso del escritor colombiano, tales como: "...un ejemplo a seguir..." (Juan Manuel Santos), "... el fallecimiento de uno de los más grandes escritores de nuestros tiempos" (Enrique Peña Nieto), "...un orgulloso colombiano, representante y voz de los pueblos de las Américas..." (Barack Obama), por mencionar solo algunas de las frases huecas de sentido emitidas por individuos tan cercanos a Gabriel García Márquez como Calígula lo fue a Séneca. Y es que un mínimo recorrido por la trayectoria de cualquiera de ellos nos grita con voz estentórea lo ajenos que son a la capacidad de experimentar la sensibilidad y empatía que distinguieron a García Márquez y que le permitieron adentrarse en la naturaleza misma del ser humano, comprenderla y enriquecer la literatura universal con sus espléndidos textos. Porque nos queda claro que no es la identidad con escritores de su talla lo que inspira las resobadas e histriónicas frases de Beltrones; no es el entendimiento del espíritu lo que alienta a Peña, tan refractario a la lectura como ha mostrado ser, a enviar condolencias a la familia de García Márquez a nombre de un país cuya sociedad en su gran mayoría lo repudia, y ciertamente no es el respeto por el pueblo colombiano el que está detrás de los tartufianos discurso de Santos y Obama.

Aquí estamos ante el descarnado "arte" de farandulizar la muerte desde tiempos del Imperio Romano, en que el asesinato de esclavos y cristianos era "disfrutado" por un pueblo cuya sed de justicia era saciada con "pan y circo", hasta nuestro presente en que personajes indefendibles del clero y la burocracia gubernamental, sacan provecho de la muerte de grandes figuras como García Márquez . Lamentablemente, ni el paso del tiempo ni el surgimiento de la literatura y el arte, nobles logros de nuestra frágil especie Homo sapiens, han logrado erradicar la corrupción y el gusto por la crueldad hacia animales y humanos, si analizamos la conducta de individuos e instituciones en las distintas épocas de la tormentosa historia del mundo hasta nuestros días en que en diversos puntos de nuestra geografía se recuerda y subraya, exclusivamente, el juicio y la crucifixión de Jesús de Nazaret, cuya vida, distorsionada y reinventada por el Vaticano, ha servido para la consolidación en el poder de élites eclesiásticas y políticas.

Y así vemos con horror, que el mismo "gusto" con el que una turba enardecida presenciaba los autos de fe en los que la Santa (SIC) Inquisición quemaba vivas a sus víctimas, se experimenta actualmente por las corridas de toros, las peleas de gallos, los actos circenses de animales arrancados de su hábitat y condenados a maltrato y tortura para el "disfrute" de una especie que se ostenta como "civilizada" y como la más "evolucionada" de todas las que habitan nuestro planeta. Constatamos cómo estas expresiones derivadas del instinto más primitivo, son materia de amplia difusión mediática para beneficio del "rating" y el lucro. Sin embargo, no es sólo la práctica de la crueldad contra otros seres vivos lo que se maneja con calculadora frialdad, sino el fallecimiento de hombres que como García Márquez, intentaron comprender el mundo que los rodeaba y compartir su propia visión con sus lectores.

Sin duda alguna, uno de los absurdos más monumentales que registra la historia humana ha sido la transformación del derecho a la información en un privilegio y un negocio, pese a que la habilidad para comunicarnos fue herramienta fundamental para que nuestros ancestros enfrentaran y sobrevivieran a los peligros de un entorno violento y cambiante. No obstante, con el surgimiento de las élites de poder, por una parte, y los amplios sectores sociales cuyo trabajo esclavo sostuvo --y sigue sosteniendo-- los grandes imperios, por la otra, las primeras determinaron que no era conveniente que la comunicación y la educación tuviesen alcance masivo, lo que les permitió controlar y modular la forma de pensar de amplios sectores sociales, factor indispensable para la perpetuación de las clases privilegiadas.

A un observador extraterrestre, seguramente le parecería ilógico e incomprensible que el avance tecnológico del Homo sapiens no hubiese estado aparejado con un progreso generalizado e incluyente de todos los miembros de la sociedad a nivel global y que los grandes medios de información, lejos de contribuir a la educación y formación integral de hombres y mujeres activamente involucrados en políticas públicas en su beneficio, hayan fomentado la ignorancia y el fanatismo, así como el individualismo, la falta de empatía, el fomento de la violencia y el gusto por la crueldad, además de un falso paradigma del "exito" fundamentado en la ambición desmedida y la ausencia absoluta de ética. Sólo así se puede entender que amplios sectores sociales acudan a plazas de toros, "palenques", circos, arenas de boxeo y representaciones de viernes santo, para "disfrutar" de sangrientos espectáculos. Sólo así nos es posible comprender la ausencia total de sano escepticismo que permitiría a una ciudadanía debidamente informada y formada, cuestionar conductas de élites religiosas y políticas y, en su caso, revocar el mandato de individuos que han corrompido la tarea de administrar los recursos de una Nación --entendiéndola como el conjunto de seres humanos que habitan un determinado territorio. Sólo con el golpeteo incesante y goebbeliano que ejerce lo que aquí llamamos "la mediocracia", se puede explicar que millones de personas piensen que un líder social como Jesucristo --si nos atenemos no a la historia vaticana sino a la develada por descubrimientos arqueológicos-- haya sido una poderosa y omnipresente deidad encarnada en un ser sumiso e indefenso que no pudo evitar su propia tortura y crucifixión...

Finalmente, sólo con la labor deformadora de los poderosos medios de comunicación al servicio del Cartel Financiero Internacional, se puede comprender que la realidad sea distorsionada gracias a la colaboración entusiasta de "expertos" e "historiadores" que te dicen que un hombre profundamente consciente de su realidad y conocedor de la naturaleza humana como lo fue Gabriel García Márquez, se haya inspirado en Fidel Castro, uno de sus amigos más entrañables --y, por cierto, a quien le pedía revisiar sus escritos antes de publicarlos-- para escribir su fina y compleja crítica a las dictaduras latinoamericanas contenida en El otoño del patriarca*.

El gran reto de la novela es que te la creas línea por línea, pero lo que descubre uno es que ya en América Latina, la literatura, la ficción, la novela, es más fácil de hacer creer que la realidad. Gabriel García Márquez


Comentarios: paty.barba50@hotmail.com
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*El tirano en que se inspiró García Márquez era Marcos Pérez Jiménez, el general venezolano cuyo trasiego por el poder había contemplado personalmente en Caracas.

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