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jueves, 21 de octubre de 2010

Europa: ahí sigue la lucha de clases

Ángel Guerra Cabrera

Si echamos una mirada al mapa, la ofensiva del capitalismo neoliberal a partir de Reagan-Thatcher sólo ha podido ser contenida y en parte rechazada en América Latina, aunque varios países asiáticos lograran una aplicación menos férrea del dogma que en nuestra región. Aquí, combativos movimientos populares, algunos con un componente indígena esencial pero todos integrados por trabajadores, marginales, pobladores y sectores medios empobrecidos, condujeron al surgimiento desde 1999 de un grupo heterogéneo pero coordinado de gobiernos opuestos a las políticas del Consenso de Washington y que luchan por la integración regional.

Sin embargo, en Europa occidental, a diferencia de Estados Unidos, se conservaron hasta hace muy poco una parte de los rasgos esenciales de los llamados estados de bienestar, conjunto de derechos sociales conquistados por las luchas obreras de los siglos XIX y XX y también logradas debido al excepcional protagonismo del Ejército Rojo en la derrota del nazi-fascismo y a la existencia del campo socialista y sus indiscutibles avances sociales. Fue justamente la implosión de la Unión Soviética y demás regímenes europeos que formaban parte de esa realidad la que propició la trasformación de las regiones central y oriental de Europa en polígono de pruebas de crueles recetas de ajuste fondomonetaristas, aplicadas de un día para otro. Verdadera piñata que en un abrir y cerrar de ojos logró una colosal trasferencia de riqueza de esos estados, especialmente Rusia, a los grandes centros financieros capitalistas.

Pero es evidente que las grandes corporaciones financieras no habían renunciado a despojar también de sus conquistas a los trabajadores y la población europea occidental. Sólo esperaban por la ocasión propicia y esta vino con la quiebra de Leman Brothers y el contagio de la crisis que atraviesan desde entonces el sistema financiero y la economía estadunidenses. A partir del cataclismo se machacó por la mafia mediática con varios mitos, como que las economías nacionales y la europea se hundirían y cundiría el desempleo si los estados no rescataban a los bancos, obviamente con los impuestos de los de abajo. En realidad, precisamente por aplicar esa receta los estados están en quiebra, las economías se hundieron y el paro se ha extendido insólitamente. Eso sí, los bancos declaran utilidades obscenas y en Wall Street anuncian que repartirán una millonada entre sus ejecutivos. La oportunidad fue aprovechada también para ir al asalto de las pensiones y otros beneficios sociales de los trabajadores europeos, mientras ni siquiera se imponían o elevaban los impuestos a la oligarquía, cuyos integrantes han aumentado y en muchos casos doblado el monto de sus fortuna durante la crisis mientras decenas de millones de obreros en el viejo continente y en todo el mundo se empobrecen sin siquiera la esperanza de recuperar sus derechos o puestos de trabajo arrebatados.

Coletazo del desbarajuste estadunidense de pronto se anunció que Grecia estaba en quiebra y las calificadoras rebajaron la categoría de su deuda. En este mundo al revés, uno de los grandes bancos de inversión, Goldman Sachs, había defraudado al Estado griego en complicidad con la oligarquía nativa. Por supuesto, el banco no indemnizaría al país helénico sino se convertiría en su virtual propietario. Ya la prensa financiera inglesa, donde suelen descubrirse alguno de los malévolos proyectos de la banca anglosajona, había acuñado el término PIGS, acrónimo para referirse a Portugal, Irlanda, Grecia y España, países parias y sin futuro.

Lo alentador es cómo han reaccionado la clase obrera y el pueblo griegos, que ya acumulan ocho jornadas de huelga general y no dan señales de decaimiento, y de nuevo Francia y París, con seis huelgas de junio a la fecha, una activa presencia juvenil y la gran interrogante de si el gobierno conseguirá el desgaste a que apuesta o estas jornadas son el inicio de algo mayor. La formidable huelga general del 29 de septiembre en España podría abrir el camino a la creación de un polo muy amplio de izquierda social y política antineoliberal. Hasta en los ex países socialistas hay muestras de combatividad obrera. La apertura de un frente europeo antineoliberal podría anudarse firmemente con las luchas latinoamericanas, las que se organizan desde una gran diversidad de movimientos en África y Asia y todas juntas estimular hacia la izquierda la rebeldía y el descontento en Estados Unidos.

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