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lunes, 20 de septiembre de 2010

Hartazgo con líderes políticos

American Curios
David Brooks
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El presidente Barack Obama hizo una inusual aparición pública ayer durante una misa celebrada en una iglesia cercana a la Casa Blanca, en Washington. El presidente acudió al servicio religioso acompañado de su familia. Una encuesta reciente reveló que uno de cada cinco estadunidenses cree que Obama es musulmánFoto Reuters

Que se vayan todos. La famosa consigna argentina contra la clase política, cuando ese país estaba en su peor momento de crisis en 2001, ahora retumba en los muros de las calles de Estados Unidos, no necesariamente como un movimiento coherente, sino como expresión de hartazgo con todo, y enfocada en particular sobre el liderazgo político en Washington.

Casi tres años después de que estalló la peor crisis económica desde la gran depresión, después del rescate de Wall Street y empresas gigantescas como General Motors por el sector público, con una tasa de desempleo de casi 10 por ciento (y casi 17 por ciento si se incluye el subempleo), con uno de cada siete estadunidenses ahora en la pobreza (el número más alto en medio siglo), y con una concentración de la riqueza igual a la que prevalecía en 1928 (justo antes de la gran depresión), y con pronósticos de que para la gran mayoría no habrá alivio durante años, la confianza en la clase política visiblemente está por los suelos.

Ocho de cada 10 estadunidenses expresan que están frustrados y/o decepcionados con la política en general en este país, según encuesta de la agencia Ap y el Centro Nacional de la Constitución. De hecho, registró que menos de 50 por ciento de estadunidenses expresan confianza en las principales instituciones del país; de hecho, la que genera mayor confianza para 43 por ciento son las fuerzas armadas.

Para los políticos, las calificaciones son pésimas. En la encuesta de Ap, se registra que 46 por ciento prefiere no relegir su representante legislativo (43 dice que sí). Un 73 por ciento desaprueba la manera en que el Congreso realiza su trabajo. Un 60 por ciento desaprueba cómo realizan su trabajo los demócratas en el Congreso, y 68 por ciento desaprueba de la labor de los republicanos. El país está dividido al calificar al presidente Barack Obama: 50 lo desaprueba, 49 por ciento lo aprueba, pero todas las encuestas demuestran un desplome en el nivel de aprobación del mandatario. La mayoría cree que el país va en dirección equivocada.

Todo esto después de una de las sesiones legislativas más productivas y ambiciosas en las últimas décadas. Bajo el liderazgo de Obama, el Congreso de mayoría demócrata aprobó un paquete de estímulo de más de 800 mil millones de dólares que según cálculos oficiales generó o rescató más de 3 millones de empleos; promulgó una reforma de salud que ofrecerá cobertura para otros 32 millones de ciudadanos, rescató al sector financiero, y aprobó unos 4 mil millones de dólares en fondos de asistencia para evitar que miles perdieran sus hogares por no poder pagar sus hipotecas, entre otras cosas. Aun así, la ira contra Washington ha crecido.

Como resultado, hay creciente alarma entre los demócratas con todos los expertos que pronostican un panorama desolador. La pregunta ya no es si el partido que controla ambas cámaras y la Casa Blanca sufrirá un revés, sino de qué tamaño será el desastre. Si las cosas siguen igual, todos los pronósticos indican que los demócratas perderán su mayoría en la cámara baja, y algunos se atreven a decir que también podrían perder el Senado.

El consenso es que a pesar de todos los logros, el factor central, es la economía, estúpido, como resumía el famoso lema de la campaña electoral de Bill Clinton en los 90. Cualquier otro tema es secundario. La desilusión pública nacional gira en torno a eso, combinado con la percepción, demostrable empíricamente, de que los ricos se han hecho más ricos y todos los demás han sufrido. Y entre esos ricos están muchos políticos, algo que nutre, naturalmente, la desconfianza.

Mientras millones perdieron empleos en esta recesión, los 50 legisladores más ricos se enriquecieron aún más durante 2009. Los 50 legisladores más ricos compartían un valor total de mil 400 millones de dólares –unos 85 millones de dólares más que en 2008–, según reveló la publicación The Hill, especializada en el Congreso, basado en los documentos oficiales que entrega cada legislador por ley para divulgar su patrimonio. El más rico de todos, por segundo año consecutivo, fue el senador John Kerry, con un valor mínimo de 188.6 millones de dólares. Y la riqueza es bipartidista: la lista de los 50 incluye 27 demócratas y 23 republicanos (30 de ellos son representantes, 20 senadores).

Según el Center for Responsive Politics en Washington, 44 por ciento de los senadores son millonarios (no por nada frecuentemente tiene el apodo de Club de Millonarios).

Todo esto podría provocar desconfianza entre el electorado sobre cuáles son los intereses reales de estos legisladores, y con quién se juntan. No ayuda cuando se revela que 115 legisladores de ambas cámaras reportaron un total de 25.6 millones de dólares en inversiones en la industria de petróleo y gas en 2008, por ejemplo, así como inversiones multimillonarias en bienes raíces, en la industria farmacéutica etc., todo lo cual podría provocar sospecha cuando se debaten cuestiones como el derrame en el Golfo de México o la crisis de las hipotecas o la reforma de salud.

¿Merecen los demócratas lo que les va ocurrir (en la elección legislativa en noviembre)? Absolutamente. Pero nosotros no. Nosotros seremos los que tendremos que sufrir (si ganan los republicanos); ellos tendrán chambas muy cómodas como cabilderos, escribe el cineasta documentalista Michael Moore en su blog, haciendo eco de las preguntas que enfrentan a ciudadanos progresistas. ¿Entonces ahora los tenemos que salvar de ellos mismos? ¿Cuánto tiempo más tendremos que jugar esta charada estúpida? ¿O es mejor que dejemos que se estrellen y quemen y entonces empezar algo nuevo de los escombros?

Pero antes que nada, la pregunta ahora es: ¿en quién se puede confiar?

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